Santa Anna. ¿Héroe o villano? La biografía que rompe el mito, Will Fowler, Crítica, 2007.
(p.9) Santa Anna es pintado como traidor, chaquetero y tirano, por la historia oficial. Fue el traidor que reconoció la independencia de Texas en 1836, que perdió la guerra contra Estados Unidos en 1848 y que vendió partes de México en 1853, al firmar el Tratado de La Mesilla.
El libro deconstruye estos mitos.
(p.10) Nació en Xalapa, Veracruz, el 21 de febrero de 1794.
En 1810 se alistó como cadete en el ejército realista.
Murió el 21 de junio de 1876, en la Ciudad de México.
(p.11) “Mi objetivo es entender a Santa Anna de manera sobria, imparcial y equilibrada, a partir de una investigación de 17 años en torno a la política del México independiente”.
Es un libro de historia política.
(p.12) El poder político de Santa Anna, se explica en su faceta de hacendado y cacique.
(p.13) Fue un criollo clase mediero de provincia que se transformó en oficial de alto rango, hacendado y presidente.
(p.12) “El Santa Anna que surge en este libro, no es ni un dictador diabólico ni un patriarca patriótico, benévolo y desinteresado”.
(p.15) Seis veces presidente de México.
El retrato de un Santa Anna traidor y tirano tiene que ver con la enseñanza de la historia.
En los monumentos, calles y estatuas, está la historia oficial.
(p.17) “Aunque los niños de México cantan el himno nacional, ignoran que fue Santa Anna quien lo comisionó”.
Tratado de La Mesilla, conocido en inglés como, Gadsden Purchase.
En realidad, es un libro de historia social.
(p.33) Con su voluntad de hierro, Benito Juárez, abogado zapoteco, presidente constitucional y líder de los liberales, estaba determinado a exterminar a cualquiera que se interpusiera en el camino de su proyecto reformista. No había mostrado compasión hacia los tres icónicos conservadores que fueron ejecutados en el Cerro de las Campanas, a las afueras de Querétaro, el 19 de junio, al amanecer. Unos torrentes de cartas habían llegado de Europa para suplicarle que le perdonara la vida a Maximiliano, pero Juárez no hizo ningún caso. No importaba que Maximiliano fuera un príncipe austriaco ni que la Constitución de 1857 prohibiera la pena de muerte por delitos políticos. Maximiliano fue juzgado en un tribunal militar conforme a la dura ley del 25 de enero de 1862, declarado culpable de ataques a la nación y fusilado.
Quería que los mexicanos supieran que no estaba dispuesto a perdonarles la vida a los compatriotas que se atrevieran a levantarse en armas contra su república liberal. Miguel Miramón, el atrevido general conservador que regresó a México para ayudar a Maximiliano durante el juicio a sabiendas de que era una causa pérdida, y el enemigo acérrimo de Juárez, el general otomí nacionalista y ultra católico, Tomás Mejía, enfrentaron al pelotón de fusilamiento junto con el desventurado emperador de México y archiduque de Habsburgo.
(p.38) Haciendas Manga de Clavo (1825-1842) y El Encero (1842-1847) o en la Ciudad de México. En 1824 ocupaba la casa más grande de Xalapa, y en los años siguientes, cada vez que se detenía allí, camino a la capital o de regreso, se hacían fiestas para celebrar su estancia y una banda militar tocaba para él, al pie de las ventanas.
(p.39) Hasta que no se contuvo y erradicó la fiebre amarilla, a principios del siglo XX, Veracruz no era un lugar en el que los visitantes consideraran prudente quedarse largo tiempo. Cualquiera que no hubiera nacido y crecido en la región corría el riesgo de contraer la enfermedad, desagradable y mortal. Desde una óptica militar, la fiebre amarilla fue la mejor defensa de México frente a la agresión extranjera.
(p.40) No había nada como la fiebre amarilla para disuadir cualquier invasión planeada, tal como descubrieron los españoles en carne propia cuando, entre 1811 y 1818, la mayoría de los 40, 000 soldados enviados a las colonias españolas en América para sofocar las revoluciones de independencia murieron por la enfermedad. Los lugareños eran misteriosamente inmunes al vómito, pero no los fuereños, vinieron de otro país o del Altiplano.
(p.40) Como pasó parte de su infancia en Veracruz, Santa Anna adquirió la inmunidad a la fiebre amarilla. Este detalle, aparentemente trivial, resultó tener gran importancia años después: le dio ventaja sobre todo adversario procedente de otro lugar con el que entablara combate en las zonas infestadas de Veracruz o Tampico. Si bien para sus enemigos era de primordial importancia obtener una rápida victoria para abandonar la región lo más pronto posible, Santa Anna podía darse el lujo de prolongar un cerco de manera indefinida, sabiendo que ni él ni sus tropas jarochas serían aniquilados por la enfermedad. Su inmunidad a la fiebre amarilla tuvo un papel principal en sus éxitos militares contra los asedios al puerto a cargo del coronel José de Echávarri en 1822-1823 y del general José María Calderón en 1832, así como en su triunfo sobre la expedición española del brigadier Isidro Barradas en Tampico, en 1829.
(p.41) Vida del porteño: desaliño, embriaguez, delitos menores, conducta antisocial y una fuerte adicción a los juegos de azar, a bailar fandango, a armar camorra y a fornicar.
(p.42) La relación afectiva, militar y política de Santa Anna con Veracruz, es uno de los temas recurrentes de esta biografía.
(p.43) El valor de los productos alimenticios y mercancías que pasaban por Veracruz le daría a Santa Anna una de las ventajas más significativas. Cuando se sublevó contra la orden del día, su base en Veracruz le permitió apoderarse de las aduanas del puerto y de esa manera financiar sus levantamientos y además privar al gobierno nacional de los recursos necesarios para defenderse.
(p.43) Es imposible entender el puerto de Veracruz sin considerar sus dos caminos a la Ciudad de México. Sin esas rutas a la capital de la Nueva España, Veracruz habría sido como Campeche o Tampico. Los caminos le daban a Veracruz su importancia estratégica y a la vez, su carácter peculiar.
(p.44) Su infancia y adolescencia en Xalapa, Teziutlán y Veracruz le dio ventajas sobre varios contemporáneos durante las luchas de poder que protagonizó tras la independencia. El hecho de ser un veracruzano en los primeros años del México independiente actúo en su favor. Sus vínculos, estratégicamente importantes, con la élite económica, la clase comerciante y los industriales de Xalapa, creados a raíz de sus redes familiares y la gente a la que conoció de joven, resultaron invaluables. Su inmunidad a la fiebre amarilla y su conocimiento de los medios que podían usarse (y de los que podía abusarse) en las aduanas del puerto también fueron factores clave que contribuyeron a sus repetidos ascensos al poder. Sus orígenes sociales lo ayudaron a pesar de no pertenecer a una familia acomodada.
Nota: En las primeras páginas del libro, el autor es inquisidor con Enrique Serna y su obra. Lo cita recurrentemente, pero más desacreditar su trabajo.
(p.51) En un principio su popularidad obedecía a su estatus de héroe, adquirido en el campo de batalla. Una carrera en el ejército permitía que alguien con orígenes clase medieros escalara la jerarquía social de un modo que ninguna otra profesión hacía posible. El mismo cultivaba su popularidad con una conducta populista: frecuentaba peleas de gallos y a menudo se le veía mezclado con las masas. Sin embargo, también era importante para darle cierto halo de legitimidad democrática el hecho de que su carrera fuera la viva prueba de que, tras la independencia, ya no se tenía que pertenecer a la aristocracia blanca capitalina para aspirar a ocupar Palacio Nacional.
(p.58) Miguel Hidalgo y Costilla. Era un clérigo criollo, nacido a mediados del siglo XVIII y criado en una hacienda del actual Guanajuato, al que lo unía una fuerte afinidad con la tierra y con quienes la trabajaban. Él, tras estudiar teología en Valladolid, se convirtió en un sacerdote famoso por sus tendencias radicales. Renunció a una prometedora carrera académica en el Colegio Diocesano de Valladolid para cumplir su vocación de cura rural. Le preocupaba la injusticia social, el descontento agrario y el bienestar de los indígenas y otros sectores marginales de la sociedad. También combatía la manera en que la monarquía ilustrada española había agredido a la Iglesia a lo largo de los cincuenta años anteriores.
(p.59) Para cuando Napoleón Bonaparte ordenó la ocupación de la península ibérica y tomó prisionero a Fernando VII en Bayona, en 1808, desencadenando la crisis constitucional que inspiró las revoluciones de independencia en la América hispana, algunas partes de México ya estaban listas para el alzamiento. Las reformas borbónicas, instauradas en el reinado de Carlos III (1759-1788), habían traído consigo un profundo descontento entre criollos, mestizos, indígenas y esclavos. Con las medidas políticas, económicas, militares y políticas de los Borbones se había perdido el apoyo de la mayor parte de la población colonial. La guerra de independencia de los Estados Unidos (1775-1783) sirvió de inspiración a muchos criollos. También la Revolución francesa (1789) ejerció gran influencia al difundir creencias que promovían la necesidad de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Desde 1808 Hidalgo había conspirado para renovar el fallido intento del virrey José de Iturrigaray por crear una junta comandada por criollos que pudiera gobernar la colonia en ausencia del rey.
(p.60) Santa Anna se había enrolado en el ejército como cadete el 6 de julio de 1810, a los 16 años, dos meses y diez días antes del estallido de la guerra de independencia. Cuando se proclamó la independencia, con la entrada de Agustín de Iturbide a la cabeza del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, el 27 de septiembre de 1821, Santa Anna era ya un curtido coronel de 27 años.
(p.61) Lucas Alamán en Guanajuato (28 de septiembre de 1810). Presenció la revolución de Hidalgo.
(p.62) La participación secundaria de Santa Anna en la guerra de independencia puede también explicar la facilidad con que en años posteriores pudo obtener el apoyo tanto de ex insurgentes como de realistas. Tras la independencia, fuera de Texas no tenía enemigos que le guardaran rencillas personales, a diferencia de los generales Anastasio Bustamante y Vicente Guerrero, por ejemplo, cuyas acciones durante la guerra fueron recordadas y resentidas por sus adversarios insurgentes y realistas, respectivamente.
(p.81) Cuando cumplió 27 años, Santa Anna era un prometedor teniente de granaderos del ejército realista.
(p.84) “Valerse de la persuasión más que de las armas”. Santa Anna.
(p.85) Era uno de los más entregados defensores de España en la región. Tres días después de que cumpliera 27 años, el 24 de febrero de 1821, Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero proclamaron el Plan de Iguala y todo cambió.
(p.101) Pues no vale el argumento de ser militar para ser jefe político.
(p.102) El 2 de octubre llegó a Xalapa la noticia de que Iturbide había liberado la Ciudad de México (2 de septiembre de 1821).
(p.103) Antonio López de Santa Anna Pérez de Lebrón.
(p.104) Santa Anna se benefició de tener a su servicio a un escritor brillante.
(p.109) En mayo de 1822 Santa Anna fue ascendido a brigadier general, coincidiendo con la jugada de Iturbide para convertirse en emperador. Seguía insatisfecho: quería volver a ser comandante general de la provincia de Veracruz.
(p.112) Aprovecho al franco ex embajador republicano de Colombia, Miguel Santa María, para escribir el Plan de Veracruz el 6 de diciembre y se colocó al frente del movimiento republicano.
(p.112) La disolución del Congreso por órdenes de Iturbide (31 de octubre de 1822).
(p.119) En la primavera de 1823 estaba en camino de que muchos llegaran a conocerlo como libertador de Veracruz y fundador de la República. Guadalupe Victoria y Manuel Barragán fueron los caciques regionales de Veracruz antes que él.
(p.143) En el discurso que pronunció ante el pueblo de Yucatán, subrayó que su misión era llevar la paz. Aunque lamentaba la rivalidad existente entre Mérida y Campeche, celebraba la voluntad de Mérida para poner un alto al fuego y escuchar la voz de la razón.
(p.144) Santa Anna no tardó en darse cuenta de que pudo haberse precipitado en su valoración inicial de la situación en Yucatán. La región, dependiente como era de sus relaciones comerciales con Cuba, había quedado en un dilema financiero por la ruptura con España. Sin embargo, poco podía resolver el odio profundo que separaba a Mérida y Campeche. Este último, pensaba él, era republicano, federalista y un devoto defensor de la independencia. Mérida, por el otro lado, simpatizaba con España. Mientras Campeche tenía tratos con Veracruz y Nueva Orleans, y dependía comercialmente de México, el mercado de Mérida dependía de Cuba casi por completo.
(p.147) La élite de Mérida, cuyos lazos comerciales con Cuba eran fundamentalmente españoles.
(p.148) Santa Anna, por lo tanto, en su calidad de gobernador y comandante general de Yucatán, fue responsable de poner fin a toda transacción comercial entre Mérida y La Habana. La toma de juramento de la Constitución de 1824 se dio mientras Santa Anna estaba en Yucatán, y él encabezó la gran ceremonia celebrada en el congreso estatal, el 21 de noviembre.
(p.149) Fue retirado de su cargo en Yucatán, en abril de 1825.
(p.150) Santa Anna renunció como comandante civil y militar de Yucatán el 25 de abril de 1825, dos días después de que se aprobara con su beneplácito, la Constitución liberal del estado de Yucatán, el 23 de abril de 1825. La verdadera solución al desacuerdo entre Mérida y Campeche, propuesta por tres diputados encabezados por Joaquín Césares y Armas, el 2 de septiembre de 1824 (que Yucatán se dividiera en dos estados), no se llevó a cabo hasta 1862.
(p.156) La mayoría de los caudillos que llegaron a dominar la política en Hispanoamérica tras haberse logrado la independencia usaron el poder adquirido en sus regiones para asumir el gobierno nacional. Juan Manuel de Rosas fue el líder de los gauchos de la provincia de Buenos Aires antes de lanzarse en busca del poder. José Antonio Pérez fue el indiscutible hombre fuerte en las llanuras de Apure, Venezuela. Dominaron sus provincias natales debido a la notoriedad que allí alcanzaron durante las guerras de independencia o porque pertenecían a las familias propietarias de las mayores haciendas de la región. Establecieron fuertes redes de influencia que los convirtieron en los líderes naturales de su provincia.
(p.157) En agosto de 1825 adquirió la hacienda Manga de Clavo, en las afueras de Veracruz, camino a Xalapa, por 10,000 pesos.
(p.158) Santa Anna tenía grandes vacadas y 50,000 cabezas que pastan allí.
(p.158) Manga de Clavo se convirtió en el principal hogar y refugio de Santa Anna entre 1825 y 1842. Aunque estaba lejos de la capital, estaba en la ruta entre Veracruz y la Ciudad de México, lo que le permitía reunirse con todos los personajes importantes que pasaban por ahí, al ir o volver del Altiplano.
(p.160) Si a consecuencia de su supervisión de la hacienda lo sorprendía la noche lejos de la casa principal, sus inquilinos sabían que se esperaba le permitieran pernoctar con ellos. Cabe sospechar que en tales ocasiones los entretenía con anécdotas de sus aventuras, disfrutaba los cantos y bailes de sus peones, las guitarras y el zapateado de Veracruz llenando la noche con alegres sones jarochos. El hecho de que llegara a engendrar varios hijos ilegítimos en la región sugiere que en las noches que pasaba lejos de casa, también se entretenía en compañía de las veracruzanas que vivían en su finca.
(p.160) Santa Anna se casó en 1825 con su primera esposa, María Inés de la Paz García (1811-1844), entonces de catorce años. Provenía de una familia española acomodada.
(p.161) La dote de Inés García le permitió financiar la compra de Manga de Clavo en 1825, e incluía 100 cabezas de ganado.
(p.165) Después de las elecciones de 1824 se formaron dos facciones, que en el verano se convirtieron en implacables opositoras una de otra: los yorkinos y los escoceses. Los escoceses pertenecían a un rito masón que en 1813 establecieron en México defensores de la Constitución de 1812.
(p.165) El rito masónico de York, formalmente consolidado en México en 1825 gracias a las gestiones de Joel Poinsett, ministro plenipotenciario de los Estados Unidos, era mucho más populista, interesado sobre todo en promover los valores políticos estadounidenses, opuestos a los europeos. Dado que el Plan de Iguala garantizaba la permanencia de españoles en muchos puestos burocráticos, los yorkinos llegaron a caracterizarse por su aversión a los españoles y por exigir leyes de expulsión que permitieron a los miembros de sus logias asumir los cargos que los españoles expulsados dejaran vacantes.
(p.166) En líneas generales, y debe subrayarse que abundaban las excepciones, los yorkinos favorecían un sistema federalista y los escoceses no. Los yorkinos parecían más dispuestos a aprovechar el momento al máximo e intentar reformar México de la noche a la mañana, mientras que los escoceses preferían un método más gradual.
(p.167) Todos los amigos políticos de Santa Anna en la Ciudad de México se habían hecho yorkinos. En Veracruz, no obstante, los aliados y parientes políticos de Santa Anna eran todos escoceses.
(p.167) Manuel López de Santa Anna era uno de los editores del periódico escocés, El Veracruzano Libre. Se sabe que Santa Anna se hizo yorkino en 1825 después de haber sido escocés, y que de hecho compró el periódico yorkino veracruzano, El Mercurio.
(p.168) Haber sido electo vicegobernador, el 6 de septiembre de 1827, por una legislatura dominada por el rito escocés durante la gubernatura interina del general Vicente Guerrero, radical yorkino (agosto-octubre de 1827) es representativo de la postura ambivalente que Santa Anna adoptó en Veracruz.
(p.168) Era dueño del principal periódico yorkino. Santa Anna era un acérrimo federalista.
(p.170) Su hermano fuera escocés, que la facción dominante en Veracruz fuera la escocesa.
(p.171) El Veracruzano Libre, de Manuel López de Santa Anna.
(p.174) Antes de que el Congreso aprobara las leyes de expulsión de diciembre de 1827, Santa Anna al parecer prometió a sus parientes y amigos españoles en Veracruz que haría todo lo posible por ahorrarles los efectos de cualquier legislación adversa.
(p.181) Para convertirse en caudillo nacional en la década de 1830.
(p.188) Los yorkinos, que habían basado toda su propaganda entre 1825 y 1827 en una plataforma anti escocesa y antiespañola.
(p.200) Santa Anna no tomó ninguna medida para promover la independencia de Veracruz o derrocar a Guerrero. Sin embargo, como Tornel y Bocanegra, que también sirvieron en el gobierno de Guerrero con diferentes cargos, empezó a sentirse inquieto a mediados de 1829 cuando una serie de propuestas radicales obtuvieron la aprobación tanto del Congreso como del presidente. A Tornel le parecía que Guerrero, por ser demasiado tolerante y justo, permitía que ciertos yorkinos radicales se aprovecharan. Santa Anna estaba comprometido a sacar del gabinete a Zavala, ministro de Hacienda. Con las reformas radicales de Zavala los grandes terratenientes tenían que tributar, se reducían los salarios tanto de los gobernadores como de los oficiales de alto rango, se abolía el monopolio del tabaco y se expropiaban los bienes de los jesuitas y la Inquisición. Los intereses políticos de Santa Anna quedaron en compás de espera, pues su principal preocupación ese verán fue repeler una intentona del gobierno de Fernando VII por reconquistar México.
(p.201) Ya desde junio Santa Anna sabía que los españoles planeaban una invasión. En aquel momento todo parecía sugerir que el desembarco tendría lugar en Yucatán.
(p.201) Santa Anna entró en acción el 1 de agosto, en cuanto se enteró de que Barradas había desembarcado en Cabo Rojo, cerca de Tampico, el 28 de julio al mando de 3,500 hombres.
(p.204) Santa Anna. El 10 de septiembre, bajo una fuerte lluvia, ordenó el ataque sangriento que provocó la rendición de Barrada. “Mojados de pies a cabeza y sin probar bocado desde el día anterior”, Santa Anna ordenó el ataque al grito de ¡Al fortín o al infierno!
(p.204) Santa Anna atribuyó la victoria sus hombres. En el tratado que se firmó el 11 de septiembre de 1829, Barradas entregó las armas y la bandera de su ejército y accedió a volver a Cuba.
(p.205) Desde un punto de vista político, las noticias de una victoria rotunda obtenida en un ataque heroico resultaron ser mucho más efectivas. La victoria de Santa Anna frente a la expedición española impresionó profundamente a México y a él lo transformó en una leyenda viviente.
(p.205) La celebración de la victoria de Santa Anna alcanzó dimensiones que sobrepasaron, con mucho, cualquier cosa que la hubiera precedido. Fue llamado el Vencedor de Tampico.
(p.207) El 11 de septiembre fue un festejo anual cada vez que los santanistas estuvieron en el poder.
(p.207) El culto a Santa Anna se desató tras los acontecimientos de Tampico. Con fiestas, pinturas, monumentos, discursos y panfletos, sus seguidores lo convirtieron en héroe nacional. Por supuesto que haber frustrado la invasión española era una hazaña importante, digna de las celebraciones que inspiró. Sin embargo, a Santa Anna le benefició tener una serie de escritores talentosos decididos a crear un relato de sus acciones heroicas.
(p.208) Pasar una serie de reformas sin consultar al Congreso (entre ellas la abolición de la esclavitud el 16 de septiembre de 1829).
(p.212) Se consideraba a sí mismo un soldado, no un legislador.
(p.213) Tras la gloriosa victoria de Tampico (11 de septiembre de 1829) se convirtió en el general más alabado de la época.
(p.214) Que un héroe así fuera llamado a ocupar la presidencia solo era cuestión de tiempo. En 1833 Santa Anna consistió.
(p.223) De 1830 a 1832, el partido del orden, como se le llegó a conocer, asumió el gobierno. Con la guía de Lucas Alamán, el gobierno del general Anastasio Bustamante restringió. Liberales radicales: Victoria y Guerrero.
Nota: Obrador es un liberal radical.
(p.224) Santa Anna le escribió a Bustamante, un día después de la ejecución de Guerrero.
(p.225) Santa Anna aprovechó su decisión, junto con la indignación causada por el fusilamiento de Guerrero, para formar un ejército rebelde lo suficientemente fuerte para derrocar al gobierno.
(p.228) La guerra civil de 1832. Gómez Farías vs Bustamante.
(p.234) 1833
Una señal de la popularidad de Santa Anna en esos tiempos es que votaron por él, 16 de las 18 legislaturas estatales. Chihuahua y Guanajuato fueron las únicas que no.
(p.236) Aunque Santa Anna era el presidente elegido (1833-1836), en realidad no fungió como presidente más que unos cuantos meses, con lo cual quedan en ridículo las acusaciones de que fue un tirano o de que en lo personal fue responsable del cambio que finalmente hubo hacia el centralismo. Como demuestra el subsiguiente relato de las actividades de Santa Anna durante ese periodo, pasó el tiempo ya fuera sofocando levantamiento u ocupándose de su hacienda.
(p.236) En su decisión de exhumar los restos de Agustín de Iturbide para trasladarlos a la Ciudad de México quizá pueda verse un indicio temprano de su creencia en forjar tradiciones políticas nacionales con cultos a determinados héroes patrios.
(p.236) Gómez Farías. Permitió que el médico presidiera el país hasta que las propuestas radicales del Congreso agredieron al ejército.
(p.237) Opinaban que era obligación de la Iglesia financiar al Estado y al ejército. Santa Anna.
(p.243) Santa Anna. El republicano liberal federalista que había sido en todos sus actos desde 1822. En 1833, meses después de haber sido elegido presidente por primera vez.
(p.244) El cuarto aniversario de la “gloriosa acción de Tampico” encontró a Santa Anna en Ciudad Allende (San Miguel de Allende).
(p.245) Fernando Chico.
Arista optó por pelear, y la noche siguiente (7 de octubre de 1833) se desató el horror de la guerra en las calles de Guanajuato.
Esteban Moctezuma.
(p.248) Patriotas de otros tiempos habían ejecutado a Iturbide. En 1831, para vengar su muerte, realistas de otros tiempos habían ejecutado a Guerrero, uno de los signatarios del Plan de Iguala. Santa Anna.
(p.248) Era federalista, republicano y, en última instancia, liberal moderado. Había pasado casi todo 1832 combatiendo el gobierno de Bustamante precisamente porque se oponía al partido del orden.
(p.248) Santa Anna regresó a la Ciudad de México el 24 de abril de 1834.
(p.249) Prometió defender la religión, la libertad, la seguridad y todos los derechos garantizados por la Constitución. Estaba en contra tanto de “los rigores de la tiranía, como de los excesos exterminadores de una libertad mal entendida”. 1824.
(p.249) Redactó el plan del 25 de mayo de 1834.
1.- La abolición de todos los decretos en contra de personas concretas y la Iglesia y a favor de las sectas masónicas.
2.- Que a Santa Anna se le diera la facultad de poner en práctica esas demandas.
(p.250) Tras el Plan de Cuernavaca, Santa Anna se otorgó a sí mismo facultades extraordinarias, clausuró el Congreso, destituyó a Gómez Farías y a sus asesores y se puso a revocar la mayoría de la leyes que había aprobado el Congreso radical. Tenía el respaldo de la Iglesia y de los sectores más poderosos de la sociedad.
(p.251) “Yo no me unido a ningún partido de los que destrozan la patria, ni cooperaré jamás a ser un ciego instrumento”. Santa Anna.
(p.251) El 13 de junio de 1834 se volcó a las calles de la capital para vitorearlo una muchedumbre con listones azul y blanco con la leyenda “Viva la Religión el Ilustre Santa Anna”. Convergieron en el Zócalo, frente a Palacio Nacional, y pasaron casi toda la mañana ovacionando a su héroe.
(p.252) Los santanistas consiguieron lo que los radicales no: obligar a la Iglesia ayudar, a través de sus fondos y propiedades, con las necesidades fiscales cotidianas de la República. El 4 de enero de 1835 se reunió el nuevo Congreso; el día 28 de Santa Anna dejó la presidencia en manos de su viejo amigo Miguel Barragán, y se retiró a Manga de Clavo una vez más.
(p.260) Un presidente ausente.
(p.261) Sofocar la rebelión en persona.
(p.268) El cubano José Antonio Mejía se había convertido a la causa texana y dirigió una infructuosa expedición de Nueva Orleans a Tampico. Como Gómez Farías, que desde su exilio en Nueva Orleans.
(p.268) Contra todo pronóstico, Santa Anna armó y uniformó a un ejército de 6,111 hombres, que dirigió de San Luis Potosí a San Antonio de Béxar en el invierno de 1835-1836. La enfermedad, el hambre y el frío pasaron factura al ejército de Santa Anna: más de 400 hombres murieron en el viaje.
(p.269) El ejército de Santa Anna ocupó San Antonio a las tres de la tarde del 23 de febrero. Aunque los rebeldes texanos habían encontrado tiempo para retirarse a la fortificada misión franciscana de El Álamo, colindante con la ciudad, los agarraron desprevenidos, pues nadie esperaba que Santa Anna apareciera tan pronto en San Antonio. Él estaba decidido a atacar El Álamo y continuar sus operaciones hacia el norte, ocupando todas las fortificaciones que encontraran en el camino. Confiaba en llegar al río Sabina, que separaba a México de los Estados Unidos, antes de que comenzara la temporada de lluvias.
(p.270) Con las mismas tácticas que había empleado en 1829 en Tampico, el ataque a El Álamo comenzó a las cinco de la mañana del 6 de marzo de 1836 y duró hora y media. Murieron los 183 hombres. Solo se les perdonó la vida a tres mujeres, dos niños y un esclavo negro.
(p.271) Los 445 fueron ejecutados el 27 de marzo de 1836.
(p.271) Las ejecuciones en masa de Goliad. El llamado decreto Tornel (30 de diciembre de 1835) dejaba claro que los especuladores y aventureros, los extranjeros que desembarcaren en algún puerto de la República o penetraren en ella, armados y con objeto de atacar nuestro territorio, serán tratados y castigados como piratas, y sufrirían la pena de muerte.
(p.273) La ejecución en masa de los texanos. La masacre de Goliad siguió siendo una mancha en su carrera.
(p.274) Las victorias de El Álamo y Goliad.
(p.279) Declaración de la independencia de Texas, el 2 de marzo de 1836.
(p.280) La ley de 1829 que abolía la esclavitud en la República.
(p.280) Varios eminentes intelectuales y políticos estadounidenses, como John Calhoun y Abraham Lincoln, se oponían a la anexión de Texas a los Estados Unidos aduciendo que eso fortalecería a los estados esclavistas.
(p.281) Fue polémico que desde su cautiverio Santa Anna les ordenara a Filisola y Urrea la retirada y que el 14 de mayo firmara dos tratados con sus captores (uno público y otro privado), conocidos como el Tratado de Velasco. En el acuerdo de paz público accedía a poner fin a las hostilidades y evacuar las tropas mexicanas al sur del río Bravo. En el acuerdo privado y confidencial accedió a intentar convencer al gobierno mexicano de que recibiera a una comisión texana para el reconocimiento de la independencia de Texas. A cambio de eso, sus captores accedían a garantizar su liberación y embarcarlo de regreso a Veracruz.
(p.284) “¿Pero los mexicanos para tener patria, amarla y saberla defender hasta el heroísmo, necesitan de mis excitaciones?” Santa Anna.
(p.285) Tras la batalla de San Jacinto, Santa Anna fue encarcelado con su ayudante e intérprete Juan Nepomuceno Almonte, hijo ilegítimo del José María Morelos; su cuñado Gabriel Núñez, y su secretario, el cubano, Ramón Martínez Caro.
(p.287) En 1837, al recordar su suplicio, Santa Anna tuvo que hacer notar que cualquier cosa que hubiera firmado o acordado en el Tratado de Velasco se veía invalidada por la negativa de los texanos a permitirle regresar a Veracruz.
(p.288) Burnet le quitó las cadenas en la segunda semana de octubre y lo dejó en libertad un mes después, en el entendido de que antes de volver a México pasaría a visitar a Jackson en Washington. La participación de Jackson en todo el asunto merece cierto detenimiento.
(p.289) Cuando Santa Anna se reunió con Jackson en enero de 1837, el presidente estadounidense propuso extender la frontera de su país para abarcar Texas y el norte de California, con el ofrecimiento de 3,5000 000 de dólares como compensación.
(p.289) Pasaron Natchez y subieron por el río Ohio hasta llegar a Louisville, Kentucky, en navidad. Para deleite de Santa Anna, se le dio recibimiento de héroe. Grupos norteños que se oponían a lo que consideraban una conspiración de los estados esclavistas para agregar Texas a la Unión lo alabaron por ser un héroe de la libertad humana.
(p.290) Y cuando el caudillo volvió a la presidencia en 1841 hizo de la reconquista de la provincia una de las prioridades de su gobierno.
(p.297) La liberación de Santa Anna en enero de 1837.
(p.300) 1838. Guerra contra franceses en Veracruz.
(p.306) Es casi seguro que si hubiera muerto en 1838, tras haberse publicado el famoso parte del 5 de diciembre, hoy aún habría calles, plazas y escuelas con su nombre en las ciudades de México.
(p.308) Líderes mesiánicos. “La dominación carismática en el sentido puro es siempre resultado de circunstancias inusuales, ya sean externas, especialmente políticas o económicas, o internas y espirituales, especialmente religiosas o ambas. Surge de la emoción que sientes todos los miembros de un grupo humano en una situación extraordinaria y de la devoción a las cualidades de todo tipo”. Max Weber.
(p.308) Santa Anna fue creado por la necesidad histórica.
(p.309) El 23 de enero de 1839, el Supremo Poder Conservador (junta moderadora de cinco miembros creada en la Constitución de 1836) decidió nombrarlo presidente interino para permitir que Bustamante fuera a Tamaulipas a enfrentarse a un levantamiento federalista que acababa de estallar, dirigido por dos excompañeros de armas de Santa Anna, los generales José Urrea y José Antonio Mejía.
(p.309) En enero de 1839 el gobierno mexicano estaba lidiando con la armada francesa y al mismo tiempo con una revolución federalista radical en el noreste.
(p.310) En los cuatro meses que fue presidente en funciones, firmó con Francia el tratado de paz que puso fin a la Guerra de los Pasteles y le pagó al gobierno francés 600,000 pesos; contrató un préstamo de 130,000 libras con una compañía británica con una tasa de interés, sumamente desventajosa.
(p.313) Durante los cuatro años transcurridos entre su retorno de los Estados Unidos y su participación en la revolución de 1841, llamada de Regeneración, Santa Anna no pasó más que el equivalente a menos de nueve meses implicado en la política nacional, contando la lucha contra los franceses en diciembre de 1838, sus actividades como presidente en funciones la primera mitad de 1839 y el enfrentamiento con los rebeldes federalistas encabezado por su viejo amigo Mejía. Pasó la mayor parte de ese período de cuatro años en su hacienda, ocupándose de su familia y sus propiedades.
(p.314) Antes de 1839 había adquirido las haciendas Manga de Clavo, Paso de Varas y una parte de la de Santa Fe.
(p.314) Un hacendado poderoso era general y político. Al convertirse en el hacendado más influyente de la región transformó su relación con el pueblo de Veracruz: de ser su principal cacique militar y su héroe pasó a ser el principal empleador, productor y dador de influencias de la provincia.
(p.315) Casi toda la carne de res del puerto y de la capital provenía de su ganado, que valía 315,244 pesos en 1844.
(p.315) Su hacienda de Colombia en 1858. Creó empleos y cuidó los intereses de la comunidad, construyó cementerios y ayudó a la gente a construir sus casas e iglesias.
(p.316) En su testamento (29 de octubre de 1874).
(p.316) Tras el triunfo del bando juarista en 1867. Guadalupe y Francisco lo acompañaron varios años en su exilio. Cuando volvió a México en 1874.
(p.317) Exilios en el Caribe, Colombia y Estados Unidos. Manga de Clavo, Paso de Varas y El Encero: las leyes de Benito Juárez las confiscaron las dividieron en parcelas y las subastaron.
(p.318) A fines de 1839 Santa Anna le daba vueltas a la idea de viajar a Colombia. Con ese fin, el 30 de diciembre le escribió al presidente Bustamante para pedirle que se le expidiera un pasaporte.
(p.336) Por todo un año, del 10 de octubre de 1841 al 26 de octubre de 1842, estuvo al frente de su gobierno. Se quedó en la Ciudad de México otros siete meses (4 de marzo al 4 de octubre de 1843).
(p.347) En 1841, cuando los santanistas ya se habían consolidado en el poder, ejercieron censura sobre publicaciones que criticaban su administración o que a sus ojos abusaban de la libertad de prensa, en la que creían. El 14 de enero de 1843 se reinstauró la ley del 8 de abril de 1839. Aprobada durante la presidencia interina de Santa Anna, imponía multas a los editores o impresores a los que se declarara culpables de alterar la paz pública con sus publicaciones en el Departamento de México. El 16 de enero se le otorgó validez nacional y se aplicó a toda la república. Por consiguiente, periódicos como El Cosmopolita, El Restaurador y El Voto Nacional tuvieron que cerrar.
(p.348) La expresión más ostensible de esta dimensión del santanismo fue el culto a la personalidad que se formó en torno a Santa Anna durante su mandato de 1841-1844. Esto implicaba que se organizaran con regularidad fiestas y recitales de poesía en su honor. Suponía poner su retrato en todos los edificios públicos, erigir estatuas suyas en plazas mayores de toda la república y ponerles su nombre a calles y teatros. En los últimos días del verano de 1842, los restos de su pierna amputada fueron exhumados en Manga de Clavo para llevarse a la capital en una urna de cristal, como si se tratara de las reliquias de un santo. En el aniversario del 27 de septiembre de 1821, fecha en que Iturbide liberó a la Ciudad de México, la pierna de Santa Anna se enterró en un monumento levantado para la ocasión, en el cementerio de Santa Paula. Se construyó en la capital un nuevo teatro con cupo para ocho mil personas, llamado el Gran Teatro de Santa Anna.
(p.349) El primer ferrocarril de México corría entre Veracruz y el interior. Se mejoraron la aduana y el muelle de Veracruz. El viejo mercado del Parián en la Ciudad de México se derribó para reemplazarlo con la extensa plaza mayor que desde entonces se conoce como el Zócalo. Se abolió la polémica y problemática moneda de cobre. Se fomentaron las relaciones exteriores y se expandió el territorio de México con la anexión de Soconusco, que tras la independencia perteneció a Guatemala y luego se integró a Chiapas.
(p.357) El juicio ante el tribunal militar en 1867, cuando incluso fue a suplicarle al presidente Benito Juárez que le concediera el perdón. En los últimos dos años de vida del caudillo, cuando ya octogenario, en 1874, el presidente Sebastián Lerdo de Tejada, le concedió el permiso de regresar a México.
(p.360) También es posible que Santa Anna no mintiera todas esas veces que afirmó que su ocupación preferida era atender sus haciendas en compañía de su familia, y que se viera a sí mismo como un árbitro y mediador más que como líder político. Su reticencia a permanecer en la capital para consolidarse en el poder podría interpretarse como prueba de que no aspiraba a tener un poder absoluto ni quería forjar una dictadura permanente. A todas luces disfrutaba de los beneficios del poder y saqueaba las arcas de la nación en la misma medida que sus predecesores y sucesores. Le halagaban los homenajes y las festividades. Sin embargo, las pruebas apuntan a que, aunque le gustaba asumir el título de presidente, no disfrutaba cumplir con el papel. Eran sus seguidores los que querían que fuera el gobernante práctico que él nunca estuvo dispuesto a ser, al menos no por un largo periodo.
(p.361) De hecho, meses después de que Santa Anna volviera a dejar la capital en octubre de 1843, Tornel se aró de valor para escribirle y quejarse de su ausencia. Al haber sido Santa Anna elegido presidente, con las Bases Orgánicas en vigor, Tornel esperaba que este volviera a la capital y le diera al gobierno la dirección que requería. La Constitución de 1843 estaba pensada para que el Ejecutivo pudiera tener un papel más activo que antes.
(p.372) El 10 de enero de 1845. Renunciaba a la presidencia.
(p.374) Temeroso de que el gobierno confiscara todos sus bienes, sin pérdida de tiempo trató de asegurarse de que el dinero que había depositado en Xalapa con Dionisio J. Velasco, Ramón Muñoz y Manuel de Viya se transfiriera a la empresa británica Manning, Mackintosh and Company. La lógica detrás de esa decisión inmediata era que si su dinero estaba guardado en una compañía británica, el gobierno mexicano no podría tocarlo. Sin embargo, se incautaron sus cartas y el gobierno pudo congelar sus activos antes de que pudieran ponerse bajo la protección del Reino Unido. Además, en un intento de demostrar que Santa Anna no solo era un déspota sino también un ladrón, el ministro de guerra, Pedro García Conde, filtró las cartas del caudillo a la prensa. Esto, a su vez, dio lugar a mucha especulación sobre la inmensa fortuna que Santa Anna había amasado desfalcando al erario.
(p.366) Empezaron a considerar la posibilidad de reconocer la independencia de Texas.
1945, aún no se reconocía la independencia de Texas.
(p.377) Descontento popular que Santa Anna había generado hacia el final de su mandato.
(p.378) De los 14 meses que pasó en La Habana (junio de 1845-agosto de 1846).
(p.379) El gobierno de Herrera. Su reputación se dañó más por su enfoque pragmático del aún no resuelto asunto de Texas. A mediados de 1845 el gabinete de Herrera llegó a la conclusión de que México nunca lograría la reconquista.
(p.380) El 15 de julio de 1845 el gobierno texano votó a favor de convertirse en parte de los Estados Unidos de América. Aunque la anexión formal de Texas a los Estados Unidos no se ratificó oficialmente hasta el 29 de diciembre de 1845, a mitad del verano todo mundo sabía que era un hecho consumado.
(p.387) Mackenzie llegó a La Habana el 5 de julio de 1846.
(p.389) El 16 de septiembre de 1846. Con toda seguridad, el precio de su poder restaurado será un tratado de paz ventajoso para los Estados Unidos.
(p.389) Poco tiempo después, el 8 de diciembre de 1846, Polk afirmó que su objetivo principal al permitir que Santa Anna entrara a la república había sido debilitar al enemigo, pues era evidente que el caudillo fomentaría divisiones internas. Santa Anna negó todo conocimiento de las reuniones o transacciones que tuvieron lugar. Se embolsó todo el dinero que Polk le pasó y se puso a trabajar arduamente en organizar la defensa de su país. Cuando el general Winfield Scott observó en mayo de 1847 que el gobierno de los Estados Unidos se había equivocado al creerle a Santa Anna y que de haber conocido sus verdaderas intenciones no habrían cometido el error de permitirle regresar a México, Santa Anna se regodeaba con el candor de sus enemigos.
(p.394) Santa Anna desembarcó en Veracruz el 16 de agosto de 1846.
(p.395) Una vez más dijo no estar ahí para gobernar sino para pelear.
(p.397) Respaldó la campaña de Gómez para financiar la necesidad resurrección del ejército con fondos de la Iglesia. Muchos estados reconstruidos aprovecharon su recién adquirida soberanía y se negaron e enviar hombres, armas y fondos. Santa Anna de hecho instó a Gómez Farías a asumir facultades dictatoriales tal como Vicente Guerrero había hecho en 1829. Tener instaurada una Constitución federal no era justificadora para que los estados invitaran ayudar al gobierno nacional cuando estaba en juego la independencia del país. Incluso escribió al Congreso una enérgica misiva para decirles que si no le daban al ejército los recursos que con tanta urgencia requería, se negaría a ser considerado responsable de la inevitable derrota a la que lo condenaban.
(p.398) Santa Anna apoyó la medida de Gómez Farías para obligar a la Iglesia a prestar 20 millones de pesos.
(p.399) El 11 de enero de 1847 el Congreso pasó el decreto que autorizaba al Poder Ejecutivo para confiscar hasta 15 millones de pesos hipotecando o vendiendo propiedades de la Iglesia que no estuvieran en uso. Para salvar la independencia nacional.
(p.400) Después de llegar a Matehuala, el 7 de febrero de 1847, se aseguró de protestar por las penurias que tenían que vivir sus soldados. Como no había recibido un solo peso del gobierno en más de mes y medio, su condición era desastrosa. No le quedaba más remedio que financiar la expedición de su propio bolsillo, hipotecando todas sus propiedades y también las de sus hijos. En sus memorias señaló para la posteridad que había armado y vestido a 18,000 hombres gracias a los 500,000 pesos que recaudó.
(p.400) La batalla de Angostura-Buena Vista del 22 al 23 de febrero de 1847. 15,152 hombres a su disposición.
(p.401) La batalla de Angostura-Buena Vista duró dos días (22-23 de febrero de 1847). Santa Anna inició este horripilante enfrentamiento al día siguiente de cumplir 53 años.
(p.402) Para cuando llegó a San Luis Potosí, el 9 de marzo de 1847, solo tenía con él a cerca de cinco mil hombres. Habían muerto como 15 mil entre enero y marzo de 1847, durante la expedición a Saltillo, en el camino de regreso o en la batalla de Angostura-Buenavista.
(p.403) Gómez Farías. Presidente en funciones durante la guerra contra Estados Unidos.
(p.403) Mientras Santa Anna entablaba combate con el ejército de Taylor, los liberales moderados se habían dedicado a conspirar para derrocar a Gómez Farías.
(p.403) Entre el 27 de febrero y el 8 de marzo las calles de la capital se transformaron en un sangriento campo de batalla. Las tropas regulares gubernamentales y las milicias puras recurrieron a la violencia para defender las políticas de Gómez Farías contra las milicias moderadas de clase media alta que decidieron volverse en contra del gobierno en vez de reforzar las defensas de Veracruz. La rebelión de los polkos, como se le llegó a conocer según algunos porque los adinerados rebeldes moderados bailaban las polkas de moda de aquel entonces, y según otros porque la rebelión favorecía el esfuerzo bélico del señor Polk fue sumamente negativa.
(p.404) A nadie parecía importarle que las fuerzas de Scott hubieran lanzado una seria ofensiva en Veracruz. Como les respondió Santa Anna a sus críticos en 1849, ¿cómo podían acusarlo de traición si era él quien había ido a combatir a los invasores?, ¿qué tenían que decir sus críticos sobre la escandalosa rebelión aparecida en la capital de la República para volcar la autoridad suprema y hundirlos en la anarquía? ¿En qué sentido fueron patrióticas las acciones de los polkos?
(p.405) El ejército de los Estados Unidos, encabezado por el general Winfield Scott, había tomado Veracruz (29 de marzo).
(p.406) “Nosotros mismos, por vergonzoso que sea decirlo, hemos atraído con nuestras interminables discordias, esta funestísima desgracia”. Santa Anna.
(p.406) Fue a combatir a los invasores a Cerro Gordo. Llegó a su hacienda El Encero el 5 y se dispuso a organizar un nuevo ejército con el que pudiera detener el ascenso de Scott de Veracruz al Altiplano. Pudo alimentar a sus tropas con su ganado y los productos de sus tierras. También necesitaban armarse. Las divisiones políticas seguían paralizando al gobierno. Santa Anna en El Encero el 7 de abril y Gaona en Perote el 8 de abril le escribieron al ministro de guerra para rogarle que las guarniciones de Puebla y la Ciudad de México suministraran de pólvora a su ejército oriental. No tenían fondos, y ni la legislatura estatal de Veracruz ni el Ayuntamiento de Xalapa tenían dinero para auxiliarlos. Santa Anna no tuvo más remedio que pagar 560 pesos de su propio bolsillo para cubrir el costo de los materiales que necesitaban para fabricar sus municiones.
(p.407) Su consuelo fue que pudo escoger en qué terreno esperar al ejército de Scott. Conocía bien esas tierras. Combatiría, casi en su propio terreno, en una ruta que había recorrido innumerables veces. Había crecido en la región y peleado como realista, como insurgente y como rebelde federalista. Confiado en su conocimiento de la región, no hizo caso de las recomendaciones del comandante de la región, no hizo caso de las recomendaciones del comandante de ingenieros, el teniente coronel Manuel Robles Pezuela, y decidió fortificar Cerro Gordo, en aquella época también conocido como El Telégrafo. Robles Pezuela creía que Corral Falso, más arriba de la ladera y más cerca de Xalapa, era mejor ubicación, pues sus campos le permitirían a Santa Anna aprovechar mejor la caballería.
(p.408) Santa Anna conseguía mantener a los estadounidenses en la zona de la fiebre amarilla.
(p.409) A las doce del día 17 de abril de 1847, Scott lanzó su primer ataque.
(p.410) La batalla fue una carnicería con combates cuerpo a cuerpo. Santa Anna se marchó de Cerro Gordo. Fue un desastre. Como lo expresó José Fernando Ramírez en una carta que le escribió a Francisco Elorriaga el 25 de abril de 1847: “nuestras desgracia de Cerro Gordo ha sido una derrota tan completa como vergonzosa, en que todo se ha perdido sin salvarse nada”.
(p.410) Después de la batalla de Cerro Gordo, el ejército de Scott pudo avanzar a Xalapa y de ahí a Puebla sin toparse con mayor oposición. Mientras se retiraba a la capital, derrotado y descorazonado, recibió la noticia de que algunos políticos tuvieron el descaro de acusarlo de no estar interesado más que en su propio engrandecimiento.
(p.411) Tras la derrota en Cerro Gordo, a punto de perder las esperanzas y con la autoestima por los suelos, el 18 de mayo escribió al Congreso para presentar su renuncia.
(p.411) Justo cuando Santa Anna anunció al Congreso, exasperado, que estaba dispuesto a renunciar, recibió en Ayotla la visita de su viejo amigo Tornel, que lo disuadió de permitir que los moderados determinaran lo que pasara a continuación. Exhortándolo a ser fuerte, Tornel convenció a Santa Anna de que asumiera el gobierno en el momento en que regresara a la capital y pusiera en los puestos clave de poder a los santanistas de principios de esa década. Siguiendo este consejo, Santa Anna volvió a la Ciudad de México, convocó a una junta militar y rompió con los moderados de la misma manera como el mes anterior había roto con los puros. Muchos de los hombres que trabajaron para la administración de 1841 a 1844 recuperaron su antigua influencia. Santa Anna se armó de valor para seguir luchando y reorganizó, una vez más, un nuevo ejército con el cual enfrentarse a los invasores, esta vez en el corazón de la república.
(p.411) El 20 de mayo de 1847 en la Ciudad de México tuvo lugar una reunión extraordinaria a la que asistieron casi todos los generales con base en la zona.
(p.412) Estaban al tanto de que seguía siendo difícil presentarle un frente unido al ejército invasor. Varios generales lamentaban el daño irreparable que el faccionalismo le había causado a México cuando más unidad necesitaba. No podía creer que incluso entonces, con las fuerzas estadounidenses a pocos kilómetros de la capital, hubiera partidos dispuestos a conspirar unos contra otros.
(p.412) La junta manifestó su disgusto por el poco apoyo dado al ejército. ¿Cómo podía seguir habiendo legislaturas estatales que se negaran a mandar fondos y hombres para salvar a su país? ¿Cómo podía mantenerse la guerra con una hacienda pública en bancarrota? A los generales les preocupaba la ausencia de un espíritu patriótico. Los partidos estaban más interesados en desacreditar a los oficiales que en defender a su nación.
(p.413) Votaron por unanimidad a favor de encauzar toda la energía del país a la organización de la defensa de la Ciudad de México.
(p.413) Después de la decisión de los generales de dedicarse a formar un ejército fuerte en el Valle de México, Santa Anna entró en una nueva ronda de negociaciones secretas con los emisarios de Polk. En abril de 1846 el presidente de los Estados Unidos le había pedido a su Congreso un millón de dólares para “poder solucionar nuestra dificultad mexicana con toda prontitud”. Después que Scott tomó Puebla (15 de mayo), conscientes de que la marcha a la Ciudad de México estaba resultando más sangrienta y difícil de lo esperado, decidió emplear los “fondos del servicio secreto” que había confiado a Nicholas P. Trist y a sí mismo para “superar la resistencia de los miembros del Congreso mexicano”. Con las fuerzas estadounidenses preparándose para salir de Puebla y empezar la marcha a la capital, la última semana de junio Santa Anna encontró un modo de ponerse en contacto con Scott. Se usó a residentes británicos como mensajeros, y una vez más el dinero cambió de manos. Según todas las versiones, Santa Anna se embolsó otra cantidad considerable, se dice que de 10 mil dólares entregados el 12 de julio para convencer a su gobierno de aceptar las condiciones de Scott. La propuesta de Santa Anna era la siguiente: si el ejército de Scott se quedaba en Puebla y le pagaba 10 mil dólares de inmediato y un millón de dólares al terminar las negociaciones, se aseguraría de que pudieran iniciarse las pláticas. Por supuesto, el caudillo, al tomar el dinero sin tener la menor intención de cumplir con su parte del trato, resultó tan exasperante y frustrante como siempre para Polk, quien, indignado, a partir de entonces negó tener ningún conocimiento de las transacciones, y para Scott, que en 1848 fue sometido a una investigación oficial.
(p.414) No es difícil imaginar que Santa Anna se deleitó con esa artimaña. Se dio un poco más de tiempo para organizar la defensa del Valle de México y en el ínterin hizo un gran negocio y se forró de dinero. Al no recibir noticias suyas después de que el dinero cambió de manos, Scott finalmente decidió empezar su ascenso al Valle de México el 7 de agosto de 1847. Santa Anna hizo lo que pudo para organizar la defensa de la capital en el mes que le ganó al ejército invasor.
(p.414) Se concentró en reclutar a más hombres y buscar los medios para alimentarlos, vestirlos y armarlos, en fortificar puntos estratégicos en la capital y los alrededores, y en darle a su ejército una sensación de orgullo y un propósito. También se esforzó en inculcarle a la población de la capital la idea de que esa guerra les afectaba a ellos.
(p.414) El pueblo mexicano seguía poco interesado en los preparativos de la guerra, algo que llevó a Mariano Otero a afirmar que “nunca ha habido, ni podrá haber, un espíritu nacional, pues no hay nación”.
(p.415) Desde la perspectiva de Scott, se volvía fundamental encontrar el modo de cruzar el terreno volcánico de El Pedregal para flanquear la línea de defensa mexicana. El 18 de agosto el capitán Robert Lee, lo encontró.
(p.417) Santa Anna se vio obligado a retirarse a las posiciones fortificadas de Churubusco. El Batallón de San Patricio, conformado por desertores de los Estados Unidos (sobre todo católicos de extracción irlandesa), también fue convocado a la defensa de Churubusco. En el transcurso del día se hizo patente para Santa Anna que tenía que contrarrestar la presencia enemiga que rápidamente aumentaba en su retaguardia. Esto lo hizo retirarse a unos kilómetros al norte de Churubusco al frente de la Cuarta Caballería Ligera. Los llamados héroes mexicanos de Churubusco, a los que dejó atrás, siguieron luchando hasta que se quedaron sin munición. Cuando eso pasó no tuvieron más remedio que rendirse. La culminación de las acciones de Padierna-Contreras y Churubusco (19-20 de agosto de 1847) trajo consigo una victoria de los Estados Unidos.
(p.418) El 24de agosto de 1847 se ratificó el armisticio y el 1 de septiembre José Joaquín de Herrera, Ignacio Mora y Villamil, José Bernardo Couto y Miguel Atristán se reunieron con el emisario de Polk, Nicholas Trist, en Azcapotzalco. Trist propuso un tratado en el que Texas, Nuevo México, la Alta California, la Baja California y parte de Sonora se entregarían a los Estados Unidos en perpetuidad, así como derechos exclusivos para el uso y la explotación del Istmo de Tehuantepec. A cambio de eso, los Estados Unidos renunciarían a sus demandas de indemnización de guerra y harían un pago en dinero. El gobierno mexicano rechazó la propuesta de Trist.
(p.418) El 27 de agosto de 1847, en pleno armisticio, en el Congreso el diputado Ramón Gamboa, acusó a Santa Anna de traición. ¿Qué podría haber llevado a cualquier mexicano en su sano juicio a pedir una investigación de su principal general cuando el ejército invasor estaba a las puertas de la ciudad? El comportamiento de Gamboa era la personificación de la falta de patriotismo de gran parte de la clase política de México. Las acusaciones de Gamboa, ampliadas el 17 de noviembre de 1847, resultaron influyentes para determinar gran parte de la interpretación historiográfica de las acciones de Santa Anna durante la guerra con los Estados Unidos.
(p.419) El 6 de septiembre, tras el fracaso de las negociaciones, se reanudaron las hostilidades. En el tiempo que consiguió gracias al armisticio, Santa Anna reestructuró las defensas de la ciudad y reubicó sus fuerzas sobre la colina sur de Chapultepec y su alrededor.
(p.419) El 8 de septiembre tuvieron lugar las batallas de Casa Mata y Molino del Rey. Scott, que había oído que en Molino del Rey los mexicanos estaban fundiendo cañones, mandó al general William Worth al frente de 3,400 hombres a tomarlo. La batalla de Molino del Rey resultó la más costosa de la campaña del ejército invasor.
(p.420) Para Santa Anna la batalla habría tenido otro resultado si el general Juan Álvarez hubiera asignado a sus 4,000 soldados de caballería para poyar el fuego de artillería del general Antonio León. En vez de eso, según Santa Anna, Álvarez hizo poco más que contemplar el enfrentamiento a lo lejos, como espectador. La conducta de Álvarez fue investigada, al igual que la de Santa Anna y muchos otros oficiales de alto rango.
(p.420) El 13 de septiembre el enemigo estaba asaltando el Castillo De Chapultepec en su camino a la capital. Después de un día de embates al Castillo de Chapultepec con el lanzamiento de 2,00 rondas de artillería (12 de septiembre), las fuerzas estadounidenses asaltaron Chapultepec, donde tenían su base los cadetes del Colegio Militar. Al cabo de hora y media de lucha inclemente, el general Bravo se rindió a las nueve y media de la mañana y el ejército de Scott pudo avanzar hasta la entrada a la ciudad por San Cosme y Belén.
(p.421) Esa noche el alto mando mexicano tuvo una reunión en los cuarteles de la Ciudadela que duró tres horas. Todos los generales presentes expusieron, por turnos, sus opiniones. Todos lamentaban la falta de entusiasmo y apoyo de la gente. Solo los soldados habían mostrado disposición de pelear. Sin el apoyo de las masas, la Ciudad de México no podía ser salvada. La junta determinó partir de la Ciudad de México al frente del ejército mexicano, dirigirse a Guadalupe Hidalgo y dejar la capital en manos del gobernador del distrito federal. Por lo tanto, el 14 de septiembre el gobierno decidió salir de la capital e ir a Querétaro. Santa Anna, que había llegado a la conclusión de que ya no tenía sentido defender la Ciudad de México, decidió sacar de la capital lo que quedaba del ejército y reorganizarlo para continuar la guerra.
(p.421) El 14 de septiembre de 1847, el ejército de Scott se dirigió al centro de la Ciudad de México. Al día siguiente fue tomado el Palacio Nacional, y la bandera de las barras y las estrellas fue izada en el Zócalo. Carlos María de Bustamante escribió el 15 de septiembre en su diario: “Hoy hace 37 años que en la noche de aquel día se dio la alegre voz de independencia de Dolores. Hoy se da un grito herido en toda l República. Acabose la República mexicana, su independencia y libertad”.
(p.422) Para Santa Anna, la toma de la Ciudad de México por los estadounidenses no constituía el final de la guerra. Estaba decidido a seguir peleando. Álvarez y Santa Anna decidieron que la mejor vía de acción era que Santa Anna fuera al sur con rumbo a Oaxaca, donde podía reorganizar su ejército y sumarle las tropas del lugar. Creían que cuando su ejército estuviera reforzado sería posible reanudar la guerra contra las fuerzas de ocupación lanzando una contraofensiva desde el sur.
(p.423) Manuel de la Peña y Peña, el presidente de la Suprema Corte de Justicia que se convirtió presidente de la República al renunciar Santa Anna el 16 de septiembre, respaldó la decisión del recién formado gabinete de impedir que Santa Anna arruinara el tratado de paz cuya negociación ellos habían asumido. Desconsolado, Santa Anna escribió al gobierno varias cartas de protesta donde los exhortaba a no rendirse, pero sus palabras no sirvieron de nada. Resuelto a perseverar con la lucha, fue a Oaxaca tal como Álvarez y él, habían planeado. Sin embargo, sus intenciones de reorganizar un nuevo ejército se frustraron cuando, al hacer su entrada en el estado sureño, se le informó que Benito Juárez, entonces gobernador de Oaxaca, había ordenado que se le negara el acceso. Todo el enojo y la amargura que sentía en esos momentos quedan reflejados en la carta que le escribió al gobierno para solicitar permiso de exiliarse. No estaba dispuesto a aceptar la acusación de traidor que un grupo de bastardos estaban haciendo circular contra él, en la prensa. No entendía cómo la gente podía decir eso cuando los invasores habían arruinado sus propiedades, cuando él había pagado de su bolsillo los salarios de sus soldados y la hacienda no se había reintegrado, cuando había arriesgado su vida en el campo de batalla y cuando, en vez de aceptar una paz degradante, había decidido seguir combatiendo. Estaba furiosos con el gobierno por haberle ordenado deponer las armas. Por haberlo abandonado. No podría creer que si se quedaba en México tuviera que ser testigo de la firma de un humíllate tratado de paz. Dado que el gobierno no consideraba necesarios sus servicios, pedía que le permitieran irse del país.
(p.424) Su situación empeoró el 22 de enero de 1848 cuando el general Joseph Lane, al frente de 400 dragones estadounidenses, entró en Tehuacán, donde les habían dicho que encontrarían a Santa Anna con su esposa e hijo. Sin armas ni tropas para combatir a los invasores, estaba a merced de los “bastardos mexicanos y los invasores: los unos apodándome traidor y los otros como un obstáculo para la paz”.
(p.424) El 2 de febrero de 1848 se firmó el tratado de paz de Guadalupe Hidalgo. El gobierno moderado de Manuel de la Peña se comprometió a ceder la mitad del territorio de México a los Estados Unidos. El gobierno estadounidense accedió a proporcionarle a la República Mexicana 15 millones de dólares. Santa Anna describió el tratado como uno “de eterna vergüenza y de pesar para todo buen mexicano”. Su familia y él, salieron de México en marzo de 1848. Primero fueron a Jamaica y vivieron dos años en Kingston. Después, exhortado por su familia a mudarse a un país donde se hablara español porque les costaba trabajo adaptarse a una colonia británica del Caribe, Santa Anna se fue con su séquito a Turbaco, Colombia, donde pasaron los siguientes tres años, de abril de 1850 a abril de 1853.
(p.425) Entre 1848 y 1850 se investigó en un momento u otro, a la mayoría de los generales que participaron en la guerra.
(p.426) Ramón Gamboa contra Santa Anna. Lo acusó de traidor por primera vez el 27 de agosto de 1847, durante el armisticio. Dos años después extendió su acusación hasta convertirla en un extenso estudio de las muchas traiciones del caudillo, terminado el 15 de julio de 1849. Los cargos que Gamboa le hizo a Santa Anna resultaron influyentes. Que todavía hoy existen personas que creen que Santa Anna fue un traidor despreciable que perdió la guerra a propósito, se lo debemos a Gamboa.
(p.426) Alguien que apoyó la tesis de Gamboa fue Carlos María de Bustamante, quien, en su emotiva e influyente crónica de la invasión, responsabilizó a la Constitución federal, a los puros de Gómez Farías y a la traición de Santa Anna.
(p.427) México perdió la guerra por muchas razones que aquí solo podemos apuntar. Era una contienda desigual. A mediados de la década de 1840 la población de los Estados Unidos se acercaba a los 20 millones, mientras que la de México no llegaba a los siete. Con la población concentrada sobre todo en el este, los Estados Unidos no tenían que lidiar con los mismos problemas de México, que tenía que vencer las exigencias de un amplio territorio caracterizado por su diversidad geográfica y sus escasas comunicaciones. La población mexicana estaba dividida por temas relacionados con la raza y la etnicidad que en los Estados Unidos aún no estaban presentes. Aunque no había esclavitud, las desigualdades sociales, raciales y regionales hacían que el concepto de nacionalidad fuera difícil de captar. Tras haber logrado la independencia, los estadounidenses habían gozado de más de dos décadas de paz. Con el estallido de la Revolución francesa de 1789 y las guerras napoleónicas sirviendo de distracción, los Estados Unidos pudieron consolidar un sistema político estable e instaurar profundas tradiciones políticas.
(p.428) La guerra de independencia de los Estados Unidos solo duró seis años, y había pasado medio siglo desde entonces, lo que les había permitido desarrollar una economía pujante, México no tenía lo que se dice una economía. Su hacienda estaba en bancarrota. Tras dos décadas de conflictos constitucionales e inestabilidad, la autoridad del gobierno mexicano siguió siendo impugnada por la fuerza, incluso mientras un ejército invasor desembarcaba en sus playas. Aunque polarizada y dividida, como quedó claro dos décadas después, en 1840 a la mayor parte de la población estadounidense la unía la sed de tierras y expansión, una creencia común en el Destino Manifiesto de su país. México, en cambio, no podía estar más dividido.
(p.429) México se enfrentaba a un país con estabilidad política y recursos económicos. Además, por doloroso que sea reconocerlo, su población no parecía tener mucho espíritu nacional Todo esto explica por qué el presidente Miguel de la Peña creía que el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848 era una especie de triunfo. Aunque Santa Anna fue completamente vencido como comandante general de las fuerzas mexicanas, hay que reconocerle el mérito de haber defendido desesperada y valientemente, a su país durante un año.
(p.441) Guerra de Castas que tuvo lugar en Yucatán (1847-1852). Revolución política racial y social devastadora en la que los mayas estuvieron cerca de lograr sacar de Yucatán a la minoría blanca.
(p.442) El año 1849 fue testigo de la creación del partido Conservador, el Moderado, el Puro, y el Santanista. Apoyaban la fe católica porque representaba una de las características definitorias de la nacionalidad e identidad mexicana.
(p.443) El partido Santanista se presentó como un movimiento nacional más que como partido político.
(p.444) El movimiento para preparar su regreso empezó en Jalisco el 26 de julio de 1852, cuando el gobernador moderado del estado, Jesús López Portillo, fue depuesto por el pronunciamiento de José María Blancarte. En su plan de Guadalajara exigía la renuncia de Arista, prometía conservar un sistema federalista, hacía un llamamiento a una dictadura temporal y pedía que se formara un nuevo congreso constituyente. Este arranque regional pronto obtuvo apoyo de una serie de pronunciamientos ocurridos en los estados de México, Coahuila y Oaxaca. El Santanista Juan Suárez convenció a Blancarte de lanzar un segundo plan, en el que señalaba que “la nación invita al general Antonio López de Santa Anna para que regrese al territorio de la República, para que coopere al restablecimiento del orden y la paz”.
(p.445) Santa Anna y su familia habían vivido en Colombia desde abril de 1850. Todo indica que disfrutó su estancia; terminó por asentarse en Turbaco, un pueblo a ocho kilómetros de Cartagena de Indias, con un paisaje que tenía grandes parecidos con su natal Veracruz.
(p.446) Su propiedad más preciada en Cartagena, sin embargo, era la casa de tejas que construyó en una parcela que alguna vez perteneció al arzobispo y Virrey Caballero y Góngora, en lo que hoy es la calle República de México.
(p.446) Tras pasar el primer año de su exilio colombiano en Cartagena, estuvo luego tentado a comprar la hacienda de La Rosita, en Turbaco, que había pertenecido a Simón Bolívar pero ya estaba deteriorada. Encontró ahí las anillas de bronce de las que el libertador solía colgar su hamaca y se aseguró de que quedaran intactas para poder descansar en el mismo lugar que él. Canalizó su energía a la regeneración de la economía local de Turbaco; convirtió La Rosita y el soñoliento y deprimido pueblo en una próspera comunidad. Introdujo la plantación de caña de azúcar y tabaco. Fue también responsable de supervisar el establecimiento de una refinería y un cementerio. Llevó ganado a la zona y creó empleos. Dirigió incluso la reconstrucción de la iglesia local.
(p.447) El 14 de abril de 1853 llegó por telégrafo a la capital mexicana la noticia de que había desembarcado en Veracruz. Justo en ese contexto escribió Lucas Alamán su famosa carta del 23 de marzo de 1853, donde bosquejaba lo que consideraba los principios fundamentales del partido Conservador, e hizo lo propio para los puros el radical liberal Miguel Lerdo de Tejada, el 18 de abril.
(p.448) El séquito de Santa Anna luchó por darle a la dictadura cierta fachada de legitimidad constitucional. Como con las Bases de Tacubaya, no se buscaba que fuera una dictadura militar permanente. Se le pidió, una vez más, restaurar la paz y el orden en la república para que pudiera formarse un congreso constituyente y se redactara una nueva constitución. Cuando eso se hubiera conseguido, él perdería sus poderes de emergencia y se retiraría a sus haciendas.
(p.449) Dictadura de 1853 a 1855. Pronunciamiento del 17 de noviembre de 1853 en Guadalajara que pedía que esos poderes se prolongaran indefinidamente, fue apoyado por suficientes planes de lealtad como para que el Consejo de Estado determinara, el 16 de diciembre, que debía continuar en el poder.
(p.449) Estaba comprometido a reprimir toda forma de inmoralidad subversiva, entrañara esto censurar a la prensa o no mostrar ninguna tolerancia con bandidos y rebeldes. En el primer año de su gobierno se exiliaron muchos federalistas renombrados, entre ellos figuras prominentes como Mariano Arista, Benito Juárez y Melchor Ocampo. La ley del 25 de abril de 1853 y las que vinieron después le impusieron a la prensa una censura efectiva, lo que trajo consigo el cierre de más de cuarenta periódicos. Se prohibían los libros que se considerasen subversivos y se perseguía a sus autores. Si se juzgaba que una obra de teatro defendía valores cuestionables, se impedía su representación. También se formaron fuerzas policiacas secretas para espiar a la población, reunir información y localizar focos de subversión. Se obligaba a la gente a llevar pasaportes consigo. De acuerdo con el decreto del 1 de agosto de 1853, cualquiera sobre quien recayeran sospechas de conspirar contra el orden público era llevado a un tribunal militar y, si era declarado culpable, se lo ejecutaba.
(p.450) Dos días después del comienzo de la dictadura se estipuló que el gobierno apoyaría un modelo centralista. Santa Anna había llegado a creer que “esa humillación de 1846-1848 tuvo su origen en estas perversas doctrinas federalistas y en el sistema anárquico que estableció el código de 1824”. Se clausuraron todas las legislaturas estatales, al igual que la mayoría de los ayuntamientos. Se determinó que todos los gobernadores eran responsables ante el presidente. Se nombró por debajo de ellos a jueces de paz. Se prohibió el uso de “libre, soberano e independiente” para describir a los estados. Para septiembre, el término estado se había borrado del vocabulario político y las provincias empezaron a conocerse como departamentos.
(p.451) Subir los impuestos y pedir mucho prestado. Aumentó el impuesto a las exportaciones de plata acuñada. Se gravaron los colorantes, el ganado y productos cárnicos envasados.
(p.452) General don Antonio López de Santa Anna, dos veces presidente de la república federal, dos en la central y dictador en 1841 y 1853, con el título de Alteza Serenísima, en su última época gubernativa.
(p.453) Santa Anna también hizo visitas publicitadas a la Basílica del Tepeyac para demostrar su veneración a la mexicanísima Virgen de Guadalupe.
(p.453) Decidido a darle a México un gobierno que respetara y promoviera las costumbres del país, a fin de fomentar en toda la república un sentido unificador de orgullo patrio, Santa Anna encabezó un renacimiento de las formas políticas mexicanas. Se recuperaron títulos y órdenes originadas en la gesta de independencia. El título de “Su Alteza Serenísima” que Miguel Hidalgo, padre de la independencia, fue el primero en ostentar, le fue otorgado al caudillo por su Consejo de Estado en diciembre de 1853. Del mismo modo, se rescató la Orden de Guadalupe, creada por Agustín de Iturbide, el otro padre de la independencia, y Santa Anna se aseguró de hacer miembros de esta secta privilegiada sus seguidores y así recompensarlos. Como parte de esta campaña para darles a las tradiciones mexicanas un lugar destacado en la sociedad de la década de 1850, se prestó gran atención a todos los aspectos concernientes al terreno del ritual y la ceremonia. Se introdujeron leyes que detallaban qué ropa podían usar los funcionarios del Estado e incluso qué tan largo podían llevar el bigote.
(p.454) La decisión de Santa Anna de encargar la composición de un himno nacional se remonta a aquellos años y es emblemática de la determinación de su gobierno por darle al país un sentido unificador de orgullo e identidad nacionales. Todos eran mexicanos, todos eran católicos. Santa Anna: “Mi verdadero programa ha sido, es y será la conservación de la nacionalidad mexicana a toda costa”. Santa Anna: “Ejerzo el poder supremo con toda la independencia con que siempre lo he ejercido; nunca mi nombre ha sido inscrito en ninguna bandería, ni soy por bondad del cielo un estúpido para dejarme llevar y conducir ciegamente por las inspiraciones de un partido, sea cual fuere el nombre con que se le llame”.
(p.454) Su dictadura fue rabiosamente antiliberal. Su constitución federal, su Congreso dividido y divisivo, la creencia en una libertad de prensa de la que se abusaba, sistemáticamente, su inútil guardia nacional y el intrincado sistema judicial que defendían habrían exacerbado todos los problemas de México.
(p.455) La creencia defendida por el periodista francés Emile Girardan, incorporada a la filosofía positivista de August Comte, que subrayaba la necesidad de “poca política y mucha administración”, que tan a menudo se asocia con el gobierno del general Porfirio Díaz (1876-1910), tuvo un temprano exponente en la dictadura de Santa Anna entre 1853 y 1855. Los valores de “orden y progreso” que propugnó Díaz y apoyaron la mayoría de los gobiernos liberales desarrollistas (y a menudo autoritarios) de América Latina de la segunda mitad del siglo XIX, estaban presentes en la consigna “paz y orden” de Santa Anna. El impulso de fomentar un renacimiento económico de México. Se dio prioridad al ferrocarril y se otorgaron una plétora de concesiones a toda una serie de compañías mexicanas y extranjeras para instalar vías férreas de un extremo a otro de la república.
(p.455) La dictadura promovió el establecimiento de líneas de telégrafo y una red de comunicaciones que incluía la compra de nuevas diligencias y barcos de vapor. También se le infundió vida a un renovado proyecto de unir el Atlántico y el Pacífico a través del Istmo de Tehuantepec. Se iniciaron los trabajos para introducir farolas de gas en las grandes ciudades. Se les dio especial atención a las plantas de tratamiento y depuración de aguas de la capital como parte de una campaña por mejorar la higiene de la Ciudad de México. Como reflejo del intento del gobierno por figurar entre los países modernos y civilizados de la época, llegó a las calles principales de la capital una gran variedad de productos franceses de calidad. También era posible mandarse hacer un retrato en daguerrotipo.
(p.456) Se notaba un progreso firme en el gobierno cuando éste acababa con el bandolerismo, mejoraba las carreras, estimulaba la educación, reformaba el sistema judicial y, promovía toda una serie de “obras materiales de adelanto”. En el terreno educativo hubo una repetición de la campaña populista de la administración Santanista de 1841-1844. Se alentó asociaciones de beneficencia, junto con la Compañía Lancasteriana, a apoyar una constelación de escuelas primarias. Santa Anna tuvo un papel activo y hacía visitas a estas instituciones. En una de esas ocasiones quedó conmovido al verse rodeado de tres mil niños indigentes. Como era de esperar, dio su palabra de apoyar a todas las organizaciones filantrópicas dedicadas a darles educación a los necesitados. Asimismo, se crearon premios para quienes contribuyeron a “arreglar la instrucción pública” para así alentar a los profesionales a enorgullecerse de su trabajo. Santa Anna diseñó la medalla que se les daba a los directores y maestros de escuela primaria y secundaria que destacaran en el ejercicio de sus tareas.
(p.457) Su defensa de una dictadura nacía de la creencia pragmática de que el pueblo mexicano no estaba educado para mantener un sistema democrático prometedor. También la política exterior que ejerció el gobierno de Santa Anna en 1853-1855 fue muy pragmática. La firma del Tratado de La Mesilla y el acercamiento del gobierno con Europa, especialmente con Francia, España y Gran Bretaña, se debía a que la administración había aceptado una serie de crudas realidades. La cesión de La Mesilla los Estados Unidos a cambio de una cantidad de dinero aceptable les parecía a Santa Anna y a su gabinete la única manera de evitar otra guerra con el coloso del norte. La búsqueda de un príncipe europeo y la reanimación de las relaciones cordiales entre México y las delegaciones europeas en la república tenían el propósito de garantizar que el país contara con aliados fuertes e importantes por si los Estados Unidos intentaban anexarse más territorio mexicano.
(p.458) Alamán, como Ministro de Relaciones Exteriores, llegó a escribirle a Napoleón III para invitarlo a encabezar una triple negociación entre Francia, España y el Reino Unido con el principal objetivo de proteger a México del expansionismo estadounidense. En este contexto se planteó por vez primera la idea de que Luis Napoleón debía ayudar al gobierno a encontrar un príncipe europeo que pudiera instaurar una dinastía mexicana estable y duradera.
(p.459) El Tratado de la Mesilla (conocido en los Estados Unidos como Gadsden Purchase-compra Gadsden) fue otro ejemplo del enfoque pragmático de Santa Anna en la década de 1850. De acuerdo con el Tratado de Guadalupe Hidalgo, “ambos gobiernos nombrarían a sus comisionados para fijar la línea divisoria del norte entre las dos repúblicas”. En la primavera de 1853 el gobierno de los Estados Unidos le permitió al gobernador de Nuevo México, tomar por la fuerza el valle de La Mesilla, Chihuahua. El descubrimiento de oro en California significaba que era fundamental aumentar las comunicaciones entre la costa este y la remota provincia del suroeste. Poner vías férreas a lo largo de La Mesilla era un modo de lograr un acceso más veloz a California. El otro era construir un canal que atravesara Centroamérica.
(p.460) Al no obtener ninguna garantía formal de España, Francia o Gran Bretaña, Santa Anna se reunió con Gadsden el 10 de diciembre de 1853. Después de 20 días de regateos, firmó el Tratado de La Mesilla el 30 de diciembre.
(p.461) En dicho tratado se acordó que México aceptaba los límites fronterizos establecidos en el Tratado de Guadalupe Hidalgo, y el área de La Mesilla (100,547 kilómetros cuadrados) se convertía en parte de los Estados Unidos. El gobierno estadounidense ya no estaba obligado (como se estipulaba en el tratado de 1848) a impedir que los indios radicados en sus territorios hicieran incursiones a México. Los Estados Unidos, por su parte, accedían a pagarle a México una indemnización de diez millones de pesos. Siete millones debían pagarse por adelantado; los tres restantes, cuando todos los acuerdos se hubieran ratificado. Los Estados Unidos estaban también autorizados a construir una vía férrea a través del Istmo de Tehuantepec después del 5 de febrero de 1854.
(p.461) El área de por sí le era de poca utilidad a México, añadió, y el país podía aprovechar el dinero que obtuvo con la transacción. A esos liberales que hacían tantos aspavientos por el asunto les respondió: ¿qué curioso que nada menos que ellos hicieran esas críticas? ¿No habían sido ellos quienes cedieron la mitad del territorio de la nación a los Estados Unidos en el escandaloso Tratado de Guadalupe Hidalgo.
(p.463) Alguien tan inesperado como Karl Marx reconoció sus capacidades. En una carta que le escribió a Friedrich Engels en 1854, a pesar de describir al pueblo mexicano como españoles degenerados, Marx observó que “los españoles no han producido a ningún talento comparable con el de Santa Anna”.
(p.463) Para septiembre de 1853, Santa Anna había perdido, para su desgracia, a tres de sus ministros más talentosos. Lucas Alamán murió el 2 de junio. Antonio Haro renunció a su cargo de Ministro de Finanzas el 5 de agosto cuando resultó evidente que en esa ocasión Santa Anna no gravaría a la Iglesia. Y su fundamental ideólogo, conspirador e informante José María Tornel falleció el 11 de septiembre de 1853. Sin estos brillantes estadistas que refrenaran su exuberancia y aseguraran que el propósito del gobierno no se perdiera en los cada vez más tupidos matorrales de los halagos y adulaciones, los excesos de Santa Anna pronto se volvieron demasiado grandes para poderse tolerar. Las virtudes de la dictadura rápidamente fueron superadas por la represión brutal que llegó a caracterizarla tras el estallido de la Revolución de Ayutla, el 1 de marzo de 1854.
(p.464) La más conocida disputa personal en que estuvo implicado Santa Anna durante su último gobierno fue el conflicto con el dramaturgo y poeta romántico español, José Zorrilla. Todo lo relacionado con el asunto Zorrilla es muestra de que sus exageraciones estaban incontenibles e indicio de que sus desmedidas tendencias despóticas se habían salido de control. Se trataba de uno de los grandes escritores españoles de la época, adorado en México tras el éxito en 1844 de Don Juan Tenorio. Llegó a la capital en enero de 1855 y fue recibido como héroe. Todos los ricos y famosos querían ser vistos al lado de ese poeta. Fue objeto de toda clase de agasajos y en un recital de poesía que dio en la universidad lo recibieron con un caluroso aplauso. La vanidad de Santa Anna no podía aguantar que a un poeta español, la élite mexicana le diera trato privilegiado. Con el pretexto de que podían atribuirse a Zorrilla uno versos subversivos publicados en El Siglo XIX, ordenó una investigación formal sobre el asunto. Zorrilla no tenía duda de que su detención obedecía al hecho de que Santa Anna era vanidoso. Zorrilla negó ser el autor de esos malísimos versos. De hecho fue a visitar a Su Alteza Serenísima en persona para defenderse y entregó suficientes cartas de recomendación de altos funcionarios españoles y franceses para obtener el perdón. Independientemente de los resultados de la farsa que fue el referéndum de 1854, la dictadura agonizaba.
(p.465) El régimen de Santa Anna entró en una crisis terminal cuando la revolución de Ayutla estalló en marzo de 1854.
(p.466) La revolución de Ayutla comenzó el 1 de marzo de 1854 con el pronunciamiento que el coronel Florencio Villarreal proclamó en ese pueblito del actual Guerrero. Aunque en un principio era demasiado radical para que lo apoyaran una serie de liberales clave, finalmente, dos semanas después, obtuvo el respaldo de líderes como Ignacio Comonfort, Juan Álvarez y Tomás Moreno, después de que se volvió a redactar el documento original. Eso fue el principio del fin. Para 1854 la dictadura había logrado alejar a casi todo mundo. Muchos conservadores se sentían traicionados por el hecho de que Santa Anna no hiciera mayor cosa por apaciguar el creciente descontento popular, que amenazaba con destruir sus propiedades. La extraordinaria subida de los impuestos había resultado impopular entre todos los sectores de la sociedad. Los moderados y los radicales despreciaban el régimen en todos sus aspectos: su ilegalidad constitucional, sus medidas represivas y los absurdos niveles de corrupción del gobierno. La venta de La Mesilla, sumada a que en la primavera de 1854 la gente se dio cuenta de que los fondos que se suponía que eso iba a generar se habían despilfarrado, convirtió incluso a algunos de los simpatizantes más leales de Santa Anna, como Haro y Tamariz, en sus enemigos. La represión del gobierno también se había vuelto intolerable hasta para muchos de aquellos hombres de bien que en un principio festejaron la llegada de un régimen fuerte.
(p.467) El 16 de marzo de 1854 partió de la Ciudad de México al frente de una división de cinco mil hombres y comenzó su pacificación del sur.
(p.468) Santa Anna, para desahogarse, en el camino de regreso fue destruyendo el campo a su paso junto con su ejército y quemó poblados mientras volvía a la Ciudad de México. Los pueblos de Las Cruces, La Venta, Ejido, Dos Arroyos y Cacahuatepec fueron arrasados. Se ejecutó a todos los prisioneros rebeldes, y sus cadáveres fueron destripados, descuartizados y colgados de los árboles.
(p.469) Santa Anna hizo una segunda incursión en el sur en febrero de 1855 pero no fue más allá de Iguala. El 6 de marzo decretó que en Iguala y los alrededores se colgaría a todos los rebeldes de los árboles y se prendería fuego a todas sus fuentes de subsistencia, incluidos los pueblos, ranchos, ganado, semillas y campos. Su hijo ilegítimo José López de Santa Anna se deleitaba obedeciendo las órdenes de su padre y dejó una estela de horror a su paso, dedicado a ejecutar gente e incendiar casas mientras atravesaba Michoacán como “un sangriento meteoro”.
(p.469) En un último y desesperado intento de recuperar el control de la situación, un Santa Anna que ya había llegado a los 61 años de edad, volvió a ponerse en pie de guerra el 30 de abril de 1855. En esa ocasión condujo a su ejército a Michoacán.
(p.470) Abdicó en una carta escrita en El Encero el 12 de agosto de 1855.
(p.471) El 16 de agosto Santa Anna, su esposa y varios familiares abordaron el Iturbide y se exiliaron por tercera vez. En septiembre de 1855 el gobierno rebelde que se formó, provisionalmente, en la capital decretó que todos los bienes de Santa Anna, entre ellos las haciendas de El Encero, Paso de Varas y Boca del Monte, se confiscaran para recuperar el dinero perdido en la venta de La Mesilla.
(p.471) El Libertador de Veracruz, el Fundador de la República, el Héroe de Tampico, el guerrero mutilado de 1838, el seis veces presidente general Antonio López de Santa Anna, se convirtió en un paria, reiteradamente acusado de traición, rechazado por liberales y conservadores por igual, recordado como un tirano sanguinario, un chaquetero oportunista y cínico, un traidor cobarde. En un sentido, la dictadura de 1853-1855 y la revolución de Ayutla pusieron fin a una era de la historia mexicana moderna. Empezó el periodo conocido como la reforma de mediados del siglo.
(p.471) Al mismo tiempo que terminaba su dictadura, toda una generación de generales y políticos estaban muriendo para ser reemplazados por una nueva generación.
(p.472) Alamán y Tornel murieron en 1853, al igual que Anastasio Bustamante. Entre 1854 y 1855 les siguieron José Joaquín de Herrera, Nicolás Bravo y Mariano Arista. A diferencia de Santa Anna, el dos veces vicepresidente Gómez Farías terminó sus días en lo alto, honrado por los radicales que fraguaron la Constitución de 1857. Murió en 1858, antes del estallido de la guerra civil de la Reforma, y fue honrado en la prensa como un “Amigo del Pueblo”, el “Patriarca de la Democracia” de México. Álvarez murió en 1867, después de que Benito Juárez logró restaurar la república liberal.
(p.479) Tras la revolución de Ayutla se instauró un gobierno liberal dividido entre radicales y moderados. Las presidencias de Juan Álvarez (octubre-diciembre de 1855) e Ignacio Comonfort (diciembre 1855-enero 1858) vieron el principio de lo que más adelante se conocería como la Reforma. Con Benito Juárez al frente del ministerio de Justicia y Asuntos Eclesiásticos y Miguel Lerdo de Tejada al frente del de Hacienda, se aprobaron las leyes del 23 de noviembre de 1855 y el 25 de junio de 1856, con lo que se puso fin a todos los fueros, se redujo el poder de la Iglesia y del ejército, y se confiscaron las propiedades corporativas. También entró en vigor la radical Constitución federal de 1857. De modo casi inevitable, la reacción conservadora, cuando llegó, fue violenta. Después del golpe de Estado del moderado presidente Comonfort contra su propio Congreso el 17 de diciembre de 1857, el general conservador Félix Zuloaga derrocó al gobierno con las tropas de la guarnición de la Ciudad de México el 11 de enero peleó la guerra de Reforma; los conservadores se aferraron a la capital mientras Juárez se convertía en presidente del gobierno liberal legítimo, desplazado a Veracruz. Aunque al cabo de tres años el bando de Juárez consiguió recuperar la capital y ganar la guerra, pronto volvió a detonarse un conflicto armado, ahora con motivo de una intervención militar europea.
Coincidiendo con el estallamiento de la Guerra Civil estadounidense en abril de 1861, y abrigada por una camarilla de exiliados mexicanos monarquistas conservadores, la idea de una aventura mexicana obtuvo un impulso de la corte imperial francesa. La Guerra Civil representaba una distracción importante que impediría que los Estados Unidos intervinieran en una expedición militar europea a México. También había surgido la excusa para preparar esa expedición: el 17 de julio de 1861 el gobierno liberal radical de Juárez decretó la suspensión de todos los pagos de la deuda externa por un período de dos años. La reacción de Gran Bretaña, Francia y España consistió en firmar el Convenio de Londres, con lo que las tres partes acordaban ocupar los principales puertos mexicanos del Atlántico para hacer respetar los pagos. Poco después Gran Bretaña y España se dieron cuenta de que los franceses tenían la intención de usar eso como pretexto para imponer un cambio de régimen. Por tanto, en la primavera de 1862, mientras Gran Bretaña y España retiraban sus fuerzas, Francia se embarcó en su costosa y desastrosa campaña mexicana. La Ciudad de México fue tomada en junio de 1863, y en junio de 1864 el sobrino de Napoleón Bonaparte, Napoleón III, puso al archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo, el sentenciado príncipe austriaco, en el trono mexicano, donde permaneció hasta junio de 1867. Juárez, que seguía siendo presidente legítimo de México, huyó de las fuerzas imperiales y dirigió la guerrilla que luchó sin tregua contra Maximiliano I. Después de otros tres años sangrientos, y ya finalizada la Guerra Civil de los Estados Unidos (1861-1865), los franceses abandonaron a su títere Maximiliano y retiraron sus fuerzas. Con el apoyo de un puñado de conservadores mexicanos, Maximiliano se negó a marcharse del país y fue ejecutado a las afueras de Querétaro el 19 de junio de 1867. Con ese gobierno derrocado, Juárez pudo terminar su periodo presidencial y fue reelegido en 1871. Murió en 1872, tras haber inspirado toda una serie de reformas influyentes que consiguieron poner fin a esos legados coloniales que habían sobrevivido a la consecución de la independencia. Fue reemplazado por Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876).
(p.481) A fines del verano de 1855 regresó a La Rosita, en Colombia, y se encontró con que la gente de Turbaco lo recordaba con cariño. Volvió a dedicarse a su hacienda y, “por dos años y siete meses”, dirigió toda su energía a la administración de sus tierras. Nervioso por la creciente amenaza que representaba los liberales colombianos que querían destruir su propiedad, decidió vender La Rosita y mudarse a la isla de Saint Thomas.
(p.482) Como demuestran las peticiones firmadas por el pueblo de Turbaco el 10 y el 17 de febrero de 1858 al enterarse de su partida, el caudillo se había vuelto tan popular con la comunidad colombiana a la que empleó como lo había sido con los jarochos de su tierra natal. Gracias a él se habían mudado de chozas miserables y solares desierto a casas cómodas y se había construido un cementerio.
(p.482) En los cinco años transcurridos entre 1858 y 1863 radicó en la isla caribeña de Saint Thomas, en las Indias Occidentales Danesas (hoy las Islas Vírgenes).
(p.483) Su efímero regreso a México en 1864. La propuesta monárquica y la Intervención francesa eran una respuesta desesperada a una situación desesperada. Era la triste consecuencia del reformismo extremo de los juaristas.
(p.486) En el Manifiesto de 1864, del caudillo de 74 años.
(p.467) Alharaca.
Santa Anna llegó a Veracruz el 27 de febrero de 1864 esperando una bienvenida triunfal y la oportunidad de volver, así fuera brevemente, a los pasillos del poder. Tras nueve años en el exilio, y con sus propiedades devueltas por los imperialistas. Santa Anna debió estar rebosante de alegría.
(p.486) En el Manifiesto de 1864 del caudillo de setenta y cuatro años.
(p.487) Alharaca.
(p.487) Santa Anna llegó a Veracruz el 27 de febrero de 1864 esperando una bienvenida triunfal y la oportunidad de volver, así fuera brevemente, a los pasillos del poder. Tras nueve años en el exilio, y con sus propiedades devueltas por los imperialistas, Santa Anna debió estar rebosante de alegría.
(p.487) El acto que justificaría su expulsión y tormento tres años después durante el juicio. Antes de que desembarcara, un funcionario francés le pidió que firmara la siguiente declaración (en francés) para permitirle llegar a tierra firme: “Declaro por mi honor adherirme a la intervención de los franceses y reconocer como el único gobierno legítimo a la monarquía proclamada por la Asamblea de Notables, con el título de emperador mexicano, y con el príncipe Maximiliano como emperador de México. Prometo abstenerme de toda manifestación política y no hacer nada, ya sea de forma escrita u oral, que haga de mi regreso a mi país, algo distinto que el de un simple ciudadano”.
(p.488) Lo que a propósito no se le dijo fue que también estaba prometiendo abstenerse de toda actividad política. El 12 de marzo, cuando su amigo Giménez le tradujo la carta que le escribió Bazaine el 7 de marzo, en la que ordenaba su destierro, Santa Anna estaba confundido. El periódico El Indicador contenía largos fragmentos de un manifiesto que nunca debió haber publicado. Y el día 12 fue obligado a salir del país.
(p.489) A pesar de su edad y de su desprestigio, los imperialistas tenían miedo de que aún pudiera reunir el suficiente apoyo para provocar otro milagroso retorno al poder y alterar la planeada coronación del archiduque Fernando Maximiliano.
(p.489) Rechazado y obligado a exiliarse, esta vez por los imperialistas, pronto renunció a su monarquismo y volvió a su republicanismo original. Regresó a Saint Thomas, con escala en La Habana, y en enero de 1865 estaba listo para salir con una declaración pública de condena al imperio.
(p.490) En mayo de 1866, fue a los Estados Unidos y vivió en Elizabethport, Nueva Jersey. Aislado en Nueva York, le horrorizó descubrir que Seward ni había oído hablar de Mazuera y mucho menos lo conocía, y que el gobierno estadounidense daba todo su respaldo a Juárez. Santa Anna, desconcertado y víctima de una afrenta, dejó la costosa casa de Elizabethport y se mudó a Staten Island.
(p.491) Los juaristas en Nueva York se mantuvieron firmes en que no tendrían ninguna clase de relación con él. No solo lo consideraban farsante y traidor: lo describían como un lastre, un tirano y criminal que debía pagar sus culpas.
(p.492) Santa Anna se propuso demostrar que era republicano. Para ello escribió varias cartas a Matías Romero y publicó su manifiesto de Elizabethport el 5de junio de 1866.
(p.493) A los setenta y dos años.
(p.494) “Juárez es un buen patriota”.
(p.496) Peleó en la guerra de Independencia y tuvo un papel fundamental en la liberación de Veracruz.
(p.497) A principios de junio de 1867 finalizaba la aventura imperial mexicana de Napoleón III. El 5 de febrero Archille Bazaine, comandante en jefe del Cuerpo Expedicionario de la Intervención Francesa (1863-1867), ordenó a sus tropas evacuar la Ciudad de México. El emperador Maximiliano, sin hacer caso de la recomendación de volver a Europa que le hacía Bazaine, se refugió en Querétaro, donde se atrincheró junto con los generales conservadores Tomás Mejía y Miguel Miramón, y sus patriotas. Aunque por dos meses resistieron el sitio del general Mariano Escobedo (14 de marzo al 15 de mayo), Querétaro cayó en manos de los republicanos y los tres hombres fueron hechos prisioneros. Se les acusó conforme a la Ley para Castigar los Delitos contra la Nación (25 de enero de 1863); la condena era el fusilamiento. Fueron declarados culpables y, en efecto, los tres murieron fusilados el 19 de junio a las 7:05 a.m. en el Cerro de las Campanas. El 21 de junio Díaz logró entrar a la Ciudad de México y el 15 de julio, con la llegada de Juárez a la capital, la república, en efecto, quedó restaurada.
(p.498) El Virginia llegó a la costa de Veracruz. Santa Anna.
(p.499) Estados Unidos se había comprometido a apoyar a Juárez como presidente legal de México.
(p.500) No se le permite desembarcar en Veracruz. Lo hace en Sisal, Yucatán, adonde llega el día 11. Santa Anna desembarcó con documentos.
(p.500) Santa Anna pisó suelo mexicano el 30 de junio en Sisal. No pudo evitar recordarles que muchos años atrás había sido su gobernador, de 1824 a 1825, la primera autoridad militar y política.
(p.500) Lo detuvieron el 14 de julio, lo escoltaron a Campeche y de allí lo llevaron a la prisión de San Juan de Ulúa, adonde llegó el 30 de julio. Juárez, a quien por telegrama se le informó del arresto de Santa Anna, dio la orden de que se lo sometiera a juicio, acusado de infringir la ley del 25 de enero de 1862.
(p.501) El 2 de septiembre de 1867 se lo acusó de traición. Siguió un mes de interrogatorios. Entre el 7 y el 10 de octubre de 1867 fue llevado a juicio en un teatro de Veracruz. El fiscal basó la acusación en las pruebas: fue quien originalmente invitó a un príncipe europeo (1853-1855) y por consiguiente fue culpado de haber causado la intervención. Reconoció el imperio y ofreció sus servicios al emperador en las cartas que escribió a José María Gutiérrez Estrada (1861-1863) y que este publicó en El Diario del Imperio (1866). Reconoció el imperio y ofreció sus servicios al emperador cuando regresó a México en febrero de 1864 y antes de desembarcar firmó un documento donde lo afirmaba. Intervino en el conflicto de 1867, a pesar de que lo tenía prohibido. Juárez planteó que debía acusárselo según la ley extrema del 25 de junio de 1862. Como dejó claro el coronel José Guadalupe Alba, fiscal del caso, en su recapitulación del 7 de octubre de 1867, lo que estaba pidiendo era sentencia de muerte para Santa Anna.
(p.502) Se le estaba dando una importancia injustificada al documento que firmó Santa Anna para autorizar a la comisión mexicana encabezada por José María Gutiérrez Estrada a ir a Europa en busca de un príncipe para el trono mexicano. Era absurdo culparlo de la Intervención francesa, pues ésta ocurrió, ocho años antes de que esa carta fuera firmada.
(p.503) Ni un solo miembro del tribunal creyó que el crimen ameritara el castigo especificado en la ley del 25 de enero de 1862. Todos estuvieron de acuerdo en que, en vez de eso, Santa Anna debía ser castigado con un exilio de ocho años. Aceptaron sancionarlo por haber enviado a Gutiérrez Estrada en pos de un monarca en 1854, por aceptar la intervención en 1864 y por tratar de interferir en la lucha republicana en 1867 después de que el presidente se lo hubiera prohibido.
(p.503) Juárez enfureció cuando supo que Santa Anna no había sido condenado a muerte y castigó al tribunal con prisión de seis meses por haberlo desobedecido.
(p.503) Santa Anna partió de Veracruz el 1 de noviembre de 1867.
(p.504) Los dos hombres se despreciaban. Su mutua aversión se basaba en asuntos personales, raciales, sociales e ideológicos.
(p.504) Lo detestaba por haberle negado la entrada a Oaxaca en marzo de 1848, cuando estaba escapando de sus opositores tras la debacle de 1847. Juárez, gobernador de Oaxaca (1847-1852).
(p.505) Cuando Santa Anna regresó al poder en abril de 1853, puso a Juárez bajo vigilancia. Lo detuvieron, lo encerraron en San Juan de Ulúa y lo exiliaron a La Habana el 5 de octubre de 1853. Gracias a Santa Anna, Juárez se vio obligado a permanecer casi dos años en Nueva Orleans, hasta el 20 de junio de 1855. Santa Anna también lo despreciaba por su política, pues estaba en contra del ejército regular, de la Iglesia y de los grandes hacendados. Juárez pertenecía a la facción liberal radical que derrocó su último gobierno en 1855 y confiscó sus tierras.
(p.505) Para Juárez, cuyo puritanismo constitucional y cuyas convicciones civiles, liberales y republicanas estaban tan arraigadas, Santa Anna representaba las instituciones y tendencias que más detestaba. Calificaba a Santa Anna de oportunista cínico y libertino que carecía de integridad. Si algo representaba Santa Anna era “la tiranía clérico-militar que encabezaba”. Según Juárez, en el ejército no había nadie que hubiera luchado para garantizar “la inviolabilidad de las instituciones democráticas”.
(p.506) ¿Por qué estaba tan decidido a enjuiciarlo y ejecutarlo? Cuando consideramos sus intenciones al mandar ejecutar a Maximiliano, Miramón y Mejía, se hace patente que sus acciones tenían un componente simbólico. En el caso de Maximiliano, Juárez se aseguró de que su ejecución sirviera para que Europa nunca más considerara intervenir en México. En el caso de Mejía, Hamnett recalca que “su muerte ante el pelotón de fusilamiento asestó un duro golpe al sentimiento religiosos popular que él había encarnado y movilizado. Su ejecución fue prueba fehaciente de lo importante que era para la cúpula liberal destruirlo a él, físicamente y borrar simbólicamente la causa con la que se le identificaba”. En el caso de Miramón, se deduce que Juárez quería poner término, física y simbólicamente, al México criollo elitista y conservador que él representaba. Si ponía a Santa Anna ante el pelotón de fusilamiento, Juárez habría sumado lo que veía como un símbolo de la dictadura militar mexicana a su metafórica pira de fenómenos políticos muertos.
(p.507) Santa Anna no fue fusilado, y hasta sobrevivió a Juárez, quien murió el 9 de julio de 1872.
(p.508) Aunque no fue fusilado, fue castigado con ocho años de exilio por haber sido declarado culpable de traición.
(p.508) Pasó los siguientes seis años y medio en La Habana, Puerto Plata y Nasáu. No volvió a Saint Thomas: vendió las tres propiedades que tenía en la colonia danesa y tuvo que vivir hasta su muerte con lo que sacó (63 mil pesos). Las tierras que alguna vez poseyó en Veracruz ya no eran suyas, ni siquiera si él afirmaba lo contrario. Juárez ordenó que se confiscaran todas las propiedades de Santa Anna para inventariarlas y se dividieron y vendieron a diferentes personas, de modo que cuando volvió, a pesar de haber señalado en su testamento que haciendas como Manga del Clavo, El Encero, Boca del Monte y Paso de Ovejas eran suyas, se habían fraccionado y tenían nuevos dueños.
(p.509) Lamentaba que en 1847 el ejército invasor estadounidense hubiera quemado su archivo de Manga de Clavo; de lo contrario habría tenido a la mano todos los documentos. Para Santa Anna no podía existir un peor castigo que esa insoportable pérdida de prestigio.
(p.510) Cuando el gobierno de Juárez decretó el 14 de octubre de 1870 una amnistía general para todos los opositores políticos, se aseguró de exceptuar a Santa Anna, por ser “un traidor a su patria”.
(p.511) Presidía la república un “indio oscuro”, una “hiena”, un “símbolo de crueldad”.
(p.511) El regreso de Santa Anna solo fue posible después de la muerte de Juárez, cuando el xalapeño Sebastián Lerdo de Tejada pasó a ocupar su puesto y fue nombrado presidente el 18 de julio de 1872. Aun así, tuvo que pasar otro año y medio para que finalmente se incluye al octogenario general en la amnistía y se le permitiera volver. El 27 de febrero de 1874 finalmente desembarcó en Veracruz sabiendo que tras 19 años de exilio le permitirían permanecer ahí. Para cuando volvió había perdido la vista casi por completo. Tomó un tren en la misma línea férrea que él había mandado construir 40 años antes. El 7 de marzo de 1874 llegó a la estación Buenavista. Se mudó a la casa de su esposa en Calle Vergara número 9 (Bolívar 14 en la actualidad).
(p.512) Fundador de la República en 1822.
(p.512) Al dejar México en 1855 sin permiso se había convertido en desertor y había perdido el derecho a un salario.
(p.512) Santa Anna se aseguró de ir a presentar sus respetos a la Virgen de Guadalupe en la Basílica de Tepeyac diez días después de su llegada.
(p.513) En las primeras horas del 21 de junio de 1876, murió mientras dormía, después de haber padecido un serio ataque de diarrea. Tenía 82 años.
(p.519) Porfirio Díaz (1876-1910).
Presidente zapoteca.
Dos imperios (1822-1823 y 1864-1867).
En su velorio, del 21 de junio de 1876.